La Voz de Asturias

Pablo Batalla, escritor: «Entre Fidel Castro y Manuel Fraga hubo una sintonía personal fuerte y evidente»

Cultura

Marcos Gutiérrez Redacción
Pablo Batalla

El autor gijonés analiza en «Yo podría haber sido Fidel Castro» (Lengua de Trapo, 2024), los puntos en común entre dos personajes esenciales a la hora de entender la historia reciente de Cuba y España. «Dos adversarios de una misma generación pueden parecerse mucho más que dos personas de una misma tradición ideológica, pero separadas por el tiempo», afirma

20 Oct 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) acaba de publicar su nueva obra «Yo podría haber sido Fidel Castro» (Lengua de Trapo, 2024), un ensayo en el que, a partir de la sorprendente visita en 1991 de Manuel Fraga a Fidel Castro en Cuba, en los momentos más duros del Periodo Especial, se analizan los puntos en común entre ambos personajes. No en vano, al año siguiente, Castro le devolvió la visita en Galicia, «donde comió pulpo y queimada y jugó al dominó con su anfitrión». Más allá de las motivaciones esgrimidas basadas en la realpolitik para esos encuentros, entre ambos existía una sintonía humana y generacional que fue capaz de salvar el abismo político e ideológico que, sobre el papel, los separaba.

—Si no me fallan las cuentas, «Yo Podría Haber Sido Fidel Castro» es su quinta obra en siete años ¿Cómo surge la idea de escribir el libro?

—Se puso en contacto conmigo la editorial para ofrecerme participar en una colección que tienen que se llama «Episodios Nacionales». Consiste en analizar un acontecimiento posterior a la transición y escribir con él un pequeño ensayo o novela. 5 minutos después ya les había contestado con este acontecimiento, es decir, con la visita de Fidel Castro a Galicia en los 90 y con aquella extraña sintonía con Fraga.

—¿Por qué este acontecimiento en concreto?

—Es un momento que a mí me interesó y me fascinó siempre. Esas fotos de Fraga y Fidel jugando al dominó, la queimada, el pulpo, la visita de Fidel al pueblo en el que había nacido su padre... es un momento que, de hecho, menciono en libros anteriores porque siempre me pareció muy muy interesante. Lo que que escribí con él fue un pequeño ensayo.

—¿Existía una sintonía personal real entre dos personajes tan antagónicos políticamente como Castro y Fraga?

—Sí, se dio a lo largo de los años. No sólo Fidel Castro visita a Galicia en el 92, sino que un año antes Fraga había visitado Cuba en el peor momento del Periodo Especial, que es esa fase de crisis económica galopante y terrible que sigue al colapso de la URSS, que era el mecenas del país, el que les compraba el azúcar y que sostenía su economía. Son unos años en los que el PIB se contrajo un 30 por ciento o una cosa así, algo bastante inédito en la historia del mundo. En esos peores momentos es cuando Fraga, recién llegado a la presidencia de la Xunta, decide que quiere ir a Cuba, donde había pasado unos años de infancia, en algo que no deja de ser un capote a un enemigo ideológico como Fidel Castro. En aquel momento, además, más o menos todo el mundo estaba seguro de que el régimen socialista cubano no iba a sobrevivir. Se debatía si el final sería más o menos negociado o más o menos violento, si Fidel acabaría como Ceau?escu, fusilado... pero más o menos estaba claro para todo el mundo que el régimen socialista cubano iba a caer. Lo curioso es que en aquellos años llegó a hablarse de que él tenía dos ofertas para el exilio posterior a su caída, una en Corea del Norte y la otra en la Galicia de Manuel Fraga.

Castro recibe a Manuel Fraga en el aeropuerto de La Habana en 1991CASTRO PARIS

—¿Entonces se puede hablar de amistad entre ambos?

—Yo tampoco hablaría de amistad porque, bueno, había componentes obviamente políticos en estas visitas. Fraga parece que sí que se llevó mejor con Raúl Castro, pero indudablemente con Fidel hubo una sintonía personal fuerte y evidente que yo trato de explicar en el libro.

—¿Qué era lo que unía a ambos personajes?

—Pues en gran parte el hecho de pertenecer a la misma generación. Una cosa que a mí me interesa mucho como lector de historia es como dos enemigos, dos adversarios de una misma generación pueden parecerse mucho más que dos personas de una misma tradición ideológica, pero separadas por el tiempo. Esto se ha visto muchas veces a lo largo de la historia. Decía Menéndez Pelayo que dos hombres que nacen en el mismo suelo, educados por el mismo ambiente, leyendo los mismos libros... no pueden sino parecerse. Al final, entre ellos dos había muchas conexiones. Por ejemplo, una madre muy religiosa, el haberse criado en una casa, como en el caso de Fidel, llena de imágenes religiosas y, en el caso de Fraga, con la madre devota que rezaba el rosario todos los días. También el haber pasado por los Jesuitas, una orden que deja una impronta muy especial en la gente que pasa por sus colegios. Se trata de Jesuitas conservadores españoles, en el caso de Fraga en pleno franquismo y, como es obvio, en el caso de Fidel en el Colegio de Belén de La Habana, donde los profesores que había eran españoles, conservadores e, incluso, reaccionarios franquistas. Él recibe esa educación contra la que después se vuelve, pero de la que siempre recordará, y lo dice así en la «Biografía a dos voces» que escribe con Ignacio Ramonet, que le inspiraron valores muy positivos como la austeridad, la entrega, el sacrificio... y que también elogiaba Fraga de los suyos. Al final hay un montón de conexiones generacionales.

—También, entre esas conexiones, hay una misma (o muy parecida) concepción de la Hispanidad, ¿verdad?

—Fidel, por ejemplo, no era de los del «nada que celebrar», esa relación con el 12 de octubre que ahora prevalece en los gobiernos latinoamericanos y en la izquierda española. Él todavía venía de ese mundo que creía en una Hispanidad ecuménica, en el que se celebraba lo mismo a los conquistadores, que a los libertadores, que a los conquistados y en la que también se elogiaba a los aztecas y a los mayas. Esa síntesis hispana por la cual, incluso en plena dictadura de Primo de Rivera, aquí en España se podían levantar estatuas a Bolívar, cosa que sería inimaginable hoy. En el libro también hablo de los conatos de simpatía por la revolución cubana que hubo en algunos sectores del franquismo, que de alguna manera veían en Fidel el vengador del desastre español del 98.

—También hay espacio para analizar a Fraga y el «Fraguismo».

—Sí, la llegada de Fraga a Galicia significó muchas sorpresas. De repente, Fraga, que era un hombre que venía de haber sido ministro de Franco, empezó a hablar un gallego perfecto, cosa que hasta entonces no había hecho apenas en público. Al final se había criado en Vilalba en los años 20, en un ambiente muy rural, con unas con unas abuelas y unas tías abuelas que solo hablaban gallego. También empezó a hablar de autoidentificación, una manera de no decir autodeterminación, porque obviamente un hombre como Fraga no podía decir algo así, pero que sí le permitía jugar con esa idea de Galicia como un sujeto político autónomo. Además, se puso a predicar también que quería convertir a Galicia en la Baviera española, es decir, en una región integrada en España pero con una relación de autonomía con respecto al poder central. Empezó a hablar de administración única y de que las autonomías se ocuparan de todo menos de los asuntos exteriores, la defensa y poco más. Había pasado 50 años ambicionando dirigir España, otra cosa que nunca consiguió, y cuando al fin consigue ser dirigente de algún sitio, aunque fuera una autonomía, aprovechándose de los amplios márgenes de acción del Estado autonómico se invistió de un boato casi de jefe de Estado. También se puso a hacer aquellas visitas internacionales, no solo a Fidel, sino a todos los presidentes latinoamericanos, a Muamar el Gadafi, ignorando otro embargo internacional, a Irán... tenía también la ambición de adquirir una talla internacional y conseguir ser el que el que inspirara o tutelara la transición cubana a la democracia. Cuando, al final, consiguió ser soberano de alguna parte quiso serlo todo lo posible. Hubo también esos conatos de autonomía encabezados por el que era el secretario general del PP gallego en aquellos años, Xosé Cuiña, un hombre que militando en el PP decía que era gallego hasta el borde de la autodeterminación. En el libro cuento, asimismo, la división de aquellos años en el PP entre boinas y birretes, es decir, entre el PP más urbano y menos galleguista y el rural y más galleguista, que primero ganan los boinas y después los birretes, a instancias de Génova.

—¿Qué poso dejan esos años de «Fraguismo» en la actualidad?

—Al final, el que crea en realidad la autonomía gallega contemporánea y el que configura la Galicia autónoma es Fraga. Es muy interesante leer la evolución de esos 15 años de Gobierno, con idas y venidas, con enfrentamientos internos y con esos conatos de autonomía que, finalmente, el poder central del PP acaba ahogando. También está la capacidad de Fraga para conseguir la paz cultural, captando a intelectuales galleguistas y de izquierdas, creando instituciones para ellos, dándoles cargos y puestos.

—¿En el periplo de Fraga Iribarne como líder autonómico se puede ver algún parecido, aunque sea mínimo, con el Castrismo?

—De eso va sobre todo la cuarta parte del libro. De la concepción del poder que había en ambos y que era algo eminentemente Schmittiano, por Carl Schmitt, el que había sido jurista durante el Tercer Reich y que después tuvo una relación muy intensa con España, porque su hija estaba casada con un gallego. La concepción del poder de Schmitt era el decisionismo. De manera muy resumida, la idea es que no promulgamos las leyes y después configuramos el poder a partir de ellas, sino que es al revés. Primero va el poder y después la ley. Hay un líder que se alza en el ámbito en el que se extiende su soberanía y, a partir de ahí, se crean las leyes. Y las leyes no deben limitar más que lo justo la capacidad de decisión del soberano. Eso, al final, está en Fraga y en Fidel.


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