La Voz de Asturias

El picasso asturiano que se codea en El Prado con Velázquez y El Greco

Cultura

Carlos Portolés /  Juan M. Arribas
«Busto de mujer», de Pablo Picasso, en el Museo del Prado

20 Jul 2021. Actualizado a las 12:36 h.

Un pedacito de Pablo Picasso vuelve a casa en forma de mujer curvilínea. Este lunes, en Madrid, los americanos han sido recibidos con alegría. Al menos los miembros de la American Friends of the Prado Museum, la asociación estadounidense que ha sido la intermediaria de la cesión de la obra Busto de mujer, que fue pintada por el artista malagueño durante su exilio parisino de posguerra. Los verdaderos depositantes son los miembros de la familia Arango, de profundas raíces asturianas.

El cuadro fue propiedad de Jerónimo Arango, hermano de Plácido, que fue presidente de la Fundación Princesa de Asturias y del patronato del Prado. Plácido Arango fue un activo coleccionista de arte y a la muerte en 2020 tanto de Plácido como de Jerónimo en México, los hijos de este quisieron homenajear a su tío, cuyo amor declarado por el Prado cuajó en el depósito del Picasso. La generosidad de Plácido Arango también tuvo un foco asturiano en el Museo de Bellas Artes, donde donó un puñado de obras maestras que elevaron aún más la categoría del museo ovetense. Aramont Art Collection, de la familia Arango Montull es por tanto el donante y la American Friends of the Prado Museum, en intermediario.

El lugar que la recién llegada joya ocupará en los pasillos de su nueva casa no es casual. Nutrirá las paredes de la sala 9B del museo. O lo que es lo mismo, compartirá espacio con los retratos del Greco y con El bufón calabacillas de Diego Velázquez. Los que un día fueran ídolos inalcanzables para Pablo Picasso, hoy son, una vez más, sus colegas de exposición. 

Dicen que la obra fue pintada en un solo día. Pablo Picasso, que con tan vivo pesar abandonó su tierra huyendo de una Guerra Civil, aterrizó en París para encontrarse con una Guerra Mundial. En 1943, mientras los carros de combate y los relucientes cascos alemanes inundaban las calles de Francia, un andaluz con un pincel se dedicó trazar retazos de su alma sobre un lienzo. Ahora, uno de esos fragmentos llega al Museo del Prado, institución de la que Picasso fue breve pero orgulloso director.  

Durante el próximo lustro, millares de amantes del arte de todas partes del mundo podrán recorrer las moquetas del histórico museo madrileño y admirar con el respeto merecido esta obra que, como tantos Picassos, desafía lo anatómico en nombre de lo lírico. Hay tres genios en una sala. Tres coplistas del trazo colorido que se miran ahora, solemnes, desde la posteridad de las galerías.

  

 

 


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