«No me gusta hablar de víctimas del franquismo, porque sugiere pasividad. Eran combatientes»
Cultura
Francisco Erice profundiza en esta entrevista en los principales ejes de su último libro sobre la represión perpetrada contra los comunistas
28 May 2017. Actualizado a las 05:00 h.
Los historiadores se han ocupado mucho y con atención de la represión franquista, pero las obras publicadas sobre el particular suelen versar bien sobre la represión caliente y brutal de la posguerra, bien sobre la desesperada de los últimos años del régimen. Apenas existen libros sobre cierto período de transición entre ambas fases que comprendería la segunda mitad de la década de los cincuenta y los primeros años sesenta. A colmatar esa laguna ha decidido acudir el historiador asturiano Francisco Erice, a quien Ediciones Trea acaba de publicarle un libro que, titulado Militancia clandestina y represión: la dictadura franquista contra la subversión comunista (1956-1963).
-Su libro versa sobre la represión franquista, pero sobre una parte concreta de la represión: la perpetrada contra los comunistas entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. ¿Por qué ese período concreto?
-Es un período interesante, porque es un período de transición entre la represión de posguerra y la más institucionalizada e incluso de carácter civil que el régimen perpetra en su última fase a través del Tribunal de Orden Público, que empieza a funcionar en 1964. Los topes que yo me he puesto son el año 1956, que es cuando tienen lugar las revueltas estudiantiles en Madrid, cuando el PCE lanza su política de reconciliación nacional y cuando de alguna manera se empiezan a retomar las movilizaciones sociales y obreras, y 1963, que es otro año emblemático en el que se tienen lugar algunos episodios muy conocidos: la ejecución de Julian Grimau y de algunos anarquistas en verano y sobre todo el final de los tribunales militares como instrumento básico de la represión y el paso de una jurisdicción especial a una civil, que es el TOP. Sobre la represión de la posguerra hay ya varios trabajos espléndidos e importantísimos desde el punto de vista historiográfico, y de la represión que sobreviene en los últimos años del franquismo como respuesta desesperada del régimen a la movilización popular y obrera la historiografía también se ha ocupado más. Sin embargo, este período de transición del que yo me ocupo había pasado más desapercibido.
-¿Por qué centra su estudio sólo en los comunistas?
-Porque en este período son la única fuerza antifranquista organizada, articulada en grupos repartidos por todo el país, con una disciplina más o menos compartida y capaz de una acción más o menos eficaz. Los grupos históricos de la izquierda (republicanos, socialistas, anarquistas) están prácticamente desmantelados y las nuevas organizaciones que adquirirán cierto protagonismo en la última etapa del franquismo (maoístas, trotskistas, etcétera) aún no han aparecido.
-El PCE es el partido único del antifranquismo en ese momento.
-Sí. Los comunistas son un enemigo débil a pesar de sus proclamas de que el régimen está al borde de la disolución o de la derrota, pero son el único, y el régimen lo percibe como tal. Además, la represión anticomunista también actúa como un factor de legitimación del régimen, que presenta el anticomunismo, y el haber sido el primero en entender el significado de la lucha internacional contra el comunismo, como su razón de ser en el contexto de la guerra fría. Cuando, a finales de 1959, Eisenhower viene a España y es recibido en medio de grandes aclamaciones populares en Madrid, lo que le dice Franco es: «Nosotros empezamos la lucha contra el comunismo que ahora vosotros encabezáis tan eficazmente». Además, el comunismo se presenta como un enemigo externo; como un enemigo que no es español ni tiene nada que ver con la realidad española sino que responde a consignas internacionales.
-¿Qué zonas sufrieron más virulentamente la represión franquista en este período?
-Es difícil hacer un ránking, pero yo diría que hay cuatro núcleos fundamentales: Madrid, Barcelona, algunas zonas de Andalucía y las cuencas mineras asturianas.
-¿Qué particularidades tuvo, si es que tuvo alguna, la represión asturiana?
-La represión asturiana es una represión muy ligada al centro de la militancia antifranquista en este período, que son las cuencas mineras. Este período es el de acontecimientos tan importantes como las huelgas de 1957 y 1958, la caída de la dirección del partido en 1960 y por supuesto la represión en torno a las huelgas de 1962 y 1963, con episodios muy conocidos de torturas y malos tratos. ¿Fue más intensa la represión asturiana que la de otros sitios? Depende… Quizás en algunas coyunturas concretas, como las huelgas, se puede notar una especial intensidad, pero lo mismo se podría decir de Andalucía, donde las redadas masivas de militantes, sobre todo en zomas campesinas, eran frecuentes; o de Cataluña, donde la represión fue también muy intensa y continuada, igual que en Madrid. Lo que sí es una característica particular o significativa de Asturias es la represión de los niños de la guerra que llegan a España para contribuir a la reorganización del partido después de sucesivas caídas.
-¿Qué casos concretos de represión le impresionaron especialmente?
-Yo he manejado mucha documentación interna del Archivo del Partido Comunista de España, y me he encontrado con experiencias personales bastante terribles y con grandes episodios de heroísmo, pero lo que a mí más me conmueve es la experiencia de militantes desconocidos que reconocían no haber sabido estar a la altura de las circunstancias en un momento determinado; gente que no resistió las torturas pero no fueron traidores, como alguna vez llegó a caracterizárseles, sino simplemente débiles en una situación en la que era muy difícil resistir ante la violencia policial sistemática, desatada y brutal a que se sometía a los comunistas. Yo me he encontrado con cartas de estas personas pidiendo perdón por esas debilidades pero ofreciéndose de nuevo al partido, si el partido así lo consideraba, para continuar con la militancia y la lucha, porque seguían teniendo una convicción férrea y ahora se veían dispuestos a resistir el desafío. A mí me impresiona y me conmueve esa gente y también me conmueve la otra; los casos emblemáticos de quienes aguantaron el tipo de una manera ciertamente heroica y particularmente los asturianos: por ejemplo, José María Laso, a quien se dedica el libro, o Víctor Bayón, otra persona a la que yo conocí personalmente y que también resistió con una entereza, una fuerza y un coraje sobrehumanos torturas tremendas.
-La represión que usted disecciona en su libro, ¿era una represión espontánea e indiscriminada o una ya más burocratizada que la del primer franquismo?
-Era una represión ya bastante institucionalizada, sí. A veces se analiza el franquismo como si fuera un todo, y es evidente que el régimen mantiene algunas de sus esencias hasta el final, pero las cosas no son iguales en los años cuarenta que en los sesenta. El régimen, con el tiempo, va modulando sus prácticas represivas en función de las coyunturas y las necesidades. De todas maneras, hay que entender una cosa: la represión nunca es indiscriminada, sino que es discriminada por naturaleza. Siempre tiene una función, ya sea obtener información o disuadir, castigar, hostigar o imbuir de miedo a la población para que no se resista. En el momento concreto del que se ocupa mi libro, el régimen necesita mostrar una faz más civilizada tanto de cara al interior (porque empieza a legitimarse ya no sólo sobre la base de la victoria en la guerra civil, sino sobre la de que ha conseguido la paz en España y está consiguiendo un desarrollo económico envidiable) como sobre todo de cara al exterior, porque es el momento en que se está produciendo la unificación europea y en el que España está pasando a ser admitida en instituciones internacionales como la ONU y sus organismos vinculados. El franquismo necesita proyectar una imagen respetable, por así decir, con lo cual la represión se sigue manteniendo, a veces de manera bastante intensa, pero se disfraza, se camufla tras una apariencia civilizada y razonable.
-¿Es posible hacer una historia neutral, objetiva o rigurosa de hechos y personajes que uno admira?
-Yo creo que se puede hacer una historia rigurosa y crítica y al mismo tiempo no mantenerse equidistante entre los verdugos y lo que venimos a llamar las víctimas, aunque a mí no me gusta hablar de víctimas, porque es un término que sugiere pasividad. No eran víctimas: eran militantes, combatientes; gente que luchaba y que asumía unos riesgos por luchar. Yo creo que no se puede ser equidistante. Sería deshumanizarse; sería como ser equidistante entre los verdugos de los campos nazis y los judíos asesinados. Pero sí que se puede ser riguroso y objetivo. De lo que se trata es de no falsear los datos, de no magnificar ni necesariamente creer a quienes ofrecen su testimonio desde la perspectiva de los vencidos, de analizar rigurosamente esos testimonios y por supuesto de integrarlos dentro de una explicación histórica de carácter general. Mientras eso se cumpla, no hay por qué obstinarse en mantenerse en un término medio y aséptico, algo que por otra parte no dejaría de ser una especie de apología del régimen; de presentar un régimen brutal casi en términos de normalidad.