«No soy de esta época; al ordenador le falta nervio, el contacto de la mano con el papel»
Cultura
El dibujante cuenta en esta entrevista que no le costó nada dibujar su infancia en Asturias. «Lo hice con cariño, sobre todo lo relacionado con mi madre, una mujer prodigiosa», explica
11 Oct 2017. Actualizado a las 13:57 h.
Mucho más que un dibujante, Alfredo González -Alfredo, sin más- ha sido cómplice gráfico de cronistas y cronista él mismo de ciudades, países y tiempos a través de su trazo fluido y pletórico de gracia. Ahora, al artista asturiano (Agüeria, 1933) le ha llegado el tiempo de narrar su propia crónica personal. En La ventana de atrás. Alfredo. Desmemorias de un dibujante, una deliciosa edición al cuidado de Mauricio d'Ors en Treseditores, Alfredo trenza dibujo y texto (un texto tan jugoso como el dibujo mismo) para narrar una larga fuga desde el corazón de la Asturias minera que, sin embargo, nunca le ha abandonado. La publicación coincide además con la exposición que le dedica el Museo ABC en Madrid.
-¿Cómo se le ocurrió abrir esa «ventana de atrás» y no solo dibujar, sino también escribir lo que queda tras ella?
-Desde la época del convento con los dominicos hacía cuadernos con diarios. Me deshice de la mayoría de ellos, pero todavía encontré varios de ellos hace como cuatro o cinco años, en la barahúnda del estudio que ya dejé hace cuatro meses, por fortuna. Los leí. Madre de Dios, qué cosa más tremenda; eran cuadernos llenos de jaculatorias, de culpa y de contrición porque yo nunca fui de vocación convencida. Seguía un poco por consejo de los superiores, hasta que vi el momento y decidí que no daba ese paso, con gran disgusto de la familia, y me planté.
-Pero siguió con aquel hábito del diario, por lo visto...
-Sí, empecé a escribir otros cuadernos y a hacer viñetas en los márgenes, lo que se me ocurría en el momento. Algunos los aproveché luego. Un día Mauricio me oyó y me dijo: «Oye, esto me interesa». Él y su mujer, Adriana, son muy serios y muy rigurosos trabajando. Ella me dijo: «No te preocupes, tú me escribes a mano lo que te dé la gana». Total, que durante dos años o dos años y medio, después de haber llenado muchos cuadernos y haberlos dejado a la mitad, me lo tomé más en serio. Llegué hasta casi 600...
-Ahí cabe mucha vida. Más incluso de la que hay en el libro. Hubo que meter mucha tijera, entonces...
-Sí, al final fui rebanando cosas para dejarlo en unos 180 folios en ordenador. Eso fue todo. Pero hubo alguna sorpresa después de la impresión, además de erratas, esas que ves cuando el libro está impreso y ya no hay marcha atrás. ¡Faltaba mi cuñado, el de Asturias no sé por qué coño, si yo había escrito sobre él! Un hombre afable, casado con mi hermana, que siempre nos recibió bien, que se ocupó de sus sobrinos siempre y al que admiro mucho. Murió hace año y medio. ¡Y no aparece! Algo imperdonable. Y me ha faltado alguna otra persona querida, dentro de la orden dominicana y fuera. Por ejemplo, José Ramón Sánchez, el dibujante del PSOE, del que seguro que había escrito porque fue la persona a la que fui a sustituir a Caracas en 1971. Me lo dijo Peridis. «Oye, el libro cojonudo, pero ¿cómo es que no nombras a tu amiguísimo José Ramón?» ¡Hostias, tampoco estaba! Yo estoy casi seguro de que estaba escrito, pero a estas alturas la memoria ya te juega malas pasadas. Menos mal que lo titulo Desmemorias. A lo mejor, no lo pasé a los folios desde el cuaderno…
-Bueno, pues dejamos aquí constancia de que su cuñado Luis y José Ramón estaban en su memoria aunque no estén en sus Desmemorias.
-Y otras cosas. El prior de la basílica de Atocha, el padre Lastra, me llamó para decirme que en un pasaje en el que hablo de la época en el convento de los dominicos de San Esteban en Salamanca, ciudad que adoro, hablo del rector, el clásico intelectual que yo no soportaba, metido en su celda, un teólogo sublime. Para mí la teología fue lo más árido. El caso es que le colgué a este hombre el sambenito, porque lo detestaba, pero no era el Padre Ramírez, era el Padre Vitorino… ¡Otra desmemoria!
-Se le identifica sobre todo un dibujante de ciudades, pero toda la primera parte del libro es totalmente la Asturias rural de su memoria. ¿Ha tenido que bucear muy hondo para dibujarla?
-No fue lo más difícil. A lo mejor, en algún momento, como con el texto, me atasqué. Había veces que tenía que parar diez o quince días porque era como si no supiera escribir: ni un niño de ocho años. Me pasó también con el dibujo, pero no en concreto con esa época.
-O sea, que conserva muy nítidas las imágenes de su infancia.
-Sí, aunque posiblemente también desvirtuadas. Dibujas seguramente cosas que te han contado, no que has vivido. Pero son imágenes que tengo en la cabeza con la misma claridad que si hubiese hecho una foto y estuviese ahí delante, como si las estuviera viendo en el móvil. No me costó: lo hice con cierta unción, con cariño, sobre todo lo relacionado con mi madre, que fue una mujer prodigiosa, llena de cariño y de ternura. Mi padre era un hombre seco, minero duro y autoritario. Y yo, la verdad, un poco gamberrete.
-Y quería huir del destino de su padre. Como fuese...
-Claro. Visto desde esta perspectiva, pensando en mi padre y en la mina digo, coño, de qué me voy a quejar yo. ¿Entiendes? Después de la vida que llevaba mi padre, que tenía que volver al día siguiente a trabajar cuando se le estaba hundiendo la rampa y el lo sabía. De niño no ves estas cosas, ni tu padre te las cuenta. Es algo que luego he tenido en cuenta en los momentos de alguna dificultad, sobre todo en el trabajo: tonterías al lado de lo que vivió aquel hombre. Y como él, la mayoría en aquellos tiempos.
-La primera etapa de la «huida» pasó por el convento. ¿Qué le ha quedado de sus años junto a los frailes dominicos?
-Aparte de ese ejemplo familiar de amor, de haberte querido tanto dentro de la pobreza de aquellos años, mi vida con los frailes fue para mí decisiva. Sobre todo, el modo en que encauzaron mi indolencia, cómo me enriquecieron culturalmente. En aquellos años había más riqueza cultural dentro del convento que fuera. Teníamos acceso a la poesía, a toda la literatura, a todos los libros del Índice prohibido por la Iglesia… Eso te deja una pátina, te va encauzando. Luego, tuve la suerte de encontrarme con pintores en Salamanca, ciudad que adoro; también el contacto con la gente de fuera del convento, como un pintor que venía de la Escuela de San Eloy. Aunque no te des cuenta, eso te va enriqueciendo. Y eso lo entiendo ahora. He tenido suerte en la vida.
-¿Lo que usted llama «vivir de chiripa»?
-Sí, eso. Mi vida está llena de decisiones que parece que no tomé yo, cosas que parece que no elegí. Es lo que decía mi amigo, el fraile Fray Santiago Pérez Gago, leonés de Robledo: que no elegimos la vida, que la vida es la que nos elige y nos lleva. Que no somos dueños de nuestro destino.
-Que fue también el que le dijo una frase antológica el día que por fin decidió, y eso sí lo decidió usted, dejar la vida de fraile: «Asturianín, rediola, viste les manzanines y saltaste la sebe».
-Sí, ahí fue cuando me planté y se acabó. La liturgia, la misa, los ensayos... veía a los compañeros y decía: «Pero, ¿esto qué es?».
-Y les manzanines, que tiraban lo suyo...
-Claro, claro. Les muyeres son les muyeres.
-Y después de saltar la sebe, muchas ciudades, muchos trabajos, muchos amigos y colegas… ¿Qué le ha dejado más importa de todo ese ajetreo profesional?
-Todos me han dejado algo, algún poso, todos. Viajaba muy seguro con Ignacio Carrión, que era trotamundos y estaba muy entrenado. Había sido corresponsal en varios sitios. Con él viajé a Moscú, a Nueva York, luego por España. Era un tipo muy original, muy valiente. Ignacio Amestoy, con el que colaboré en Diario 16, Cambio 16 y en El Mundo desde que se fundó era muy distinto a Carrión; muy preocupado por la cultura, metido en todos los líos entonces y ahora, muy afables él y su mujer, precisamente hermana de Mauricio d'Ors.
-¿Umbral?
-Fue otra cosa: ese hombre literario, subido en el pedestal. Pero no conmigo. Viajábamos juntos y se atrevía a ir conmigo en el coche. No tenía carnet, no lo tuvo nunca. María de España, su mujer, era su chófer, y con ella iba siempre detrás como si fuera un taxi, porque era miedoso. Viajando con él, te hablaba como un compañero más, sin tapujos ni problemas. Pero luego, coincidías en público en una presentación de un libro o un acto cultural, entraba medio tapado, porque siempre estaba acatarrado, y lo único que me decia era: «Hola, amor». Y ya no te hablaba en todo el rato.
-¿Y los artistas gráficos? Ha convivido con un par de generaciones portentosas, una edad de oro que dejó constancia dibujada de toda una época.
-Gente importante: Chumy, Andrés Rábago-El Roto, un hombre muy discreto, otra persona importantísima es Peridis, un hombre de profundos sentimientos que ha tenido pérdidas verdaderamente horrorosas, pero de una humanidad enorme. Es maravilloso cuando siempre que muere un compañero habla en el tanatorio, hasta se echa a llorar. Toda la gente de Barcelona… No terminaría de hablar de todos ellos.
-¿Sigue a sus sucesores? ¿Ve la equivalencia en el modo en que están dibujando la España de ahora mismo?
-A medias, a medias. Esta gente ya trabaja mucho con ordenador. Hay cosas que me gustan, pero la estética resultante de todo eso ya no la veo… yo no soy de esta época. No me satisface. Falta nervio, el contacto de la mano con el papel. Estoy hablando desde la perspectiva de un anciano, vaya por delante. He cumplido 84 y es difícil convencernos de estas estéticas nuevas. Llegará un momento en que se llegue a un momento universal y válido, pero igual tiene que transcurrir un tiempo.
-¿Sigue en ello? ¿Dibuja?
-Por las tardes ya me cuesta mucho, no me concentro, estoy cansado. Las facultades, no solo físicas, sino las mentales, van fallando. Te aturullas en un problema de nada, te ahogas en un vaso de agua… lo propio de la edad.
-¿Tiene previsto mover la exposición? ¿La podremos ver a esta parte de la ventana de atrás?
-Hay un dibujante, LPO, que me ha hablado de proponerlo para hacerla en Gijón, Avilés u Oviedo. Dice que puede interesar. Pero yo de momento tengo bastante con lo que tengo. He ido algunos días a hacer una visita guiada y acabé totalmente agotado. Pero claro que me gustaría moverla, y más a Asturias. Yo soy asturiano de raíz y eso no lo voy a negar nunca: la Asturias maternal y húmeda, los praos, eso no hay quien me lo borre aunque me fui a los trece años. Mauricio me dio a entender que habría que hacer una retrospectiva. Pero eso lleva tiempo. Veremos.