Una recompensa todavía diminuta: contracrónica de lo vivido en Eibar... y en el Tartiere
Azul Carbayón
Desde la emoción sobre el terreno de juego de Ipurua a lo que se vivió en el aparcamiento interior del estadio ovetense cuando llegó el autobús del Real Oviedo
03 Jun 2024. Actualizado a las 19:23 h.
Eran las 18:23 cuando Luis Carrión fue más Luis Carrión que nunca. La afición del Real Oviedo llenaba la grada de Gol Este de Ipurua, varios oviedistas ocupaban uno de los míticos balcones que tienen visión privilegiada del rectángulo de juego y los jugadores de ambos equipos estaban a punto de saltar al césped. Fue en ese momento cuando Carrión se asomó por la zona técnica y levantando las dos manos pidió más al oviedismo desplazado. Dicha esquina de Ipurua estalló, claro. Seis minutos de pura tensión después, los habituales cuando hay jornada unificada y los árbitros tienen que esperar a que los relojes se coordinen, empezó el partido.
Durante los 90 minutos la montaña rusa de emociones fue alucinante. No es el típico tópico de este tipo de partidos, es que lo de Ipurua fue tal cual. Guzmán Mansilla hacía fruncir el ceño al oviedismo con una falta cuestionable a los 30 segundos que le daba la primera oportunidad a Aketxe y, cuatro minutos después, Borja Sánchez marcaba el 0-1 para el delirio azul. La jugada al completo, por cierto, define a la perfección los últimos meses del centrocampista ovetense. Guzmán Mansilla terminó de reafirmar los malos augurios, el Eibar empató y el Oviedo se vino abajo. En los siguientes 50 minutos, contando primer tiempo y segundo, cuesta rescatar un momento de partido en el que el equipo de Luis Carrión fuese mejor que el de Joseba Etxeberria.
Cuando todo parecía estar perdido, un gol de un filial sirvió como luz del oviedismo. A partir de ese 1-0 del Villarreal B al Racing, todo el mundo miraba -escuchaba- al estadio de La Cerámica. Mientras se jugaba el descuento en Ipurua hubo un amago en la grada azul, nadie sabe si fue relacionado con el partido que acabó siendo decisivo o con el del Sporting en Elda, pero la locura llegó en el minuto 94. Fue entonces cuando desde la zona de prensa del estadio armero alguien gritó «se acabó». La alegría fue bajando por la grada y recorrió todos los rincones de Ipurua. La afición comenzó a gritar, Santi Cazorla y David Costas no se lo creían en su palco y los que estaban jugando se enteraron de lo que estaba pasando. Mientras Leo Román recogía un balón, Colombatto se ponía de rodillas con las manos en la cara. Y el partido todavía se estaba jugando.
Al acabar, la locura en la esquina. El público local aplaudía a los suyos y la sensación era extraña, porque el Eibar acababa tercero y tenía todas las ventajas de campo posibles para el playoff de ascenso que está por llegar. Pero los momentos son los momentos, claro. El que se había visto tumbado en la lona era el Oviedo, así que la alegría era más carbayona que armera. Muchos llorando, desde los jugadores hasta el director deportivo Roberto Suárez, el símbolo Santi Cazorla manteado y foto de familia junto a la afición. «El playoff no es el premio, es el primer paso del objetivo real», recordó Luis Carrión en una sala de prensa a la que volverá en semana y media.
Lo mejor -o lo más emocionante- estaba por llegar. El autobús del Real Oviedo y los desplazados a Eibar emprendían el viaje de vuelta y en la capital del Principado ya se estaba cociendo algo. Eso sí, ese algo que finalmente se coció no se lo esperaba nadie. El equipo carbayón llegó al Tartiere a las 01:53 de la madrugada y, hasta ahí, todo normal. Cánticos, aplausos, bengalas e incluso un par de fuegos artificiales. Bueno, lo normal. El autobús empezó a bajar la cuesta, Carrión saludaba a todo el mundo desde el interior y Domingo Cisma, su mano derecha, alucinaba. Cuando el autobús entró en el aparcamiento interior, la locura se desató. Todo lo vivido sobrepasó a todo el mundo.
Hay que ser claros: ayer por la noche se sobrepasaron todas las medidas de seguridad que pueden existir para momentos como este. Por responsabilidad, seguramente, no debería volver a pasar. Pero pasó. Los cienntos de aficionados azules entraron detrás del autobús y en las entrañas del Tartiere se vivió uno de los momentos más emocionantes que cualquier oviedista pueda recordar. Se rodeó al autobús y ya nada fue comparable a lo visto en otras ocasiones. Cánticos, palmas, botes y una comunión total entre afición y unos jugadores que no daban crédito. Manteos, pogos, abrazos… todo. Masca llegó flotando a los vestuarios, manteado por la masa, y Colombatto salía eufórico del autobús y bañaba en cerveza a todo el mundo.
Era una mezcla de emoción, euforia y extenuación. Yayo, capitán del Vetusta y presente en la convocatoria de Eibar, grababa todo y de su boca salía un «vaya pasada». Mientras cientos de aficionados abrazaban a los protagonistas, cinco chavales de no más de 20 años contemplaban todo apoyados en uno de los coches oficiales de los jugadores. No cantaban, no levantaban los brazos, solo observaban con los ojos vidriosos. Mirases donde mirases y, más allá de la locura de muchos, ese era el panorama. Las caras de los oviedistas allí presentes lo decían todo… cuando en realidad no se había conseguido nada. O sí, claro.
Cerca de las 03:00 horas, Jaime Seoane repartía botellas de agua a varios aficionados, Alemao se volvía loco buscando su equipaje y Santi Cazorla salía con su coche atravesando uno de los pasillos más agradecidos y emocionantes que se recuerdan. Al Real Oviedo le quedan dos eliminatorias durísimas para intentar regresar a lo más alto, la primera ante el Eibar, ese equipazo que todo el mundo vio, pero lo de ayer es una pequeña recompensa. Diminuta todavía, seguramente, pero recompensa al fin y al cabo. El oviedismo necesitaba algo así.