11 finales para evitar el pozo: así recuerda Cuco Ziganda la permanencia del Oviedo
Azul Carbayón
El técnico, ahora en el Huesca, analiza para La Voz de Asturias los partidos que se jugaron tras el confinamiento de 2020 y que acabaron con el Real Oviedo evitando el descenso
16 Jun 2023. Actualizado a las 09:52 h.
Principios de marzo del año 2020. El Real Oviedo salía del descenso tras lograr un vital triunfo en la casa del Extremadura y arrancaba la semana con optimismo. Había ganas de encarar dos partidos seguidos en el Carlos Tartiere, ante Ponferradina y Deportivo, que podían dar a los azules el empujón definitivo para dejar atrás los puestos de abajo. Pero todo saltó por los aires: coronavirus, pandemia, confinamiento... La vida, y evidentemente también el fútbol, frenó en seco. Tres años después de aquello, José Ángel Ziganda -ahora técnico del Huesca- recuerda y analiza para La Voz de Asturias la agónica salvación conseguida por el Real Oviedo en 11 partidos de infarto que se jugaron en apenas un mes.
Seguir siendo un equipo... pero a distancia
Cuando la población fue confinada aquel 15 de marzo, nadie sabía cuánto tiempo íbamos a estar sin salir de casa. Por ello, en el seno del Real Oviedo la posibilidad de la competición se reanudase unas semanas después fue la excusa perfecta para seguir trabajando. «Pensábamos que si la Liga se retomaba en dos o tres semanas no nos podía pillar el toro. Siempre entrenábamos de más, nunca de menos», recuerda José Ángel Ziganda. Dicha posibilidad se fue esfumando con el paso de las semanas, la situación era gravísima y el regreso a la vida normal se antojaba lejano.
Del entrenamiento físico de los primeros días se fue pasando al telemático, y ahí las charlas y las actividades grupales comenzaron a ganar peso. Hay que recordar que, antes de que estallara la pandemia, Ziganda y su cuerpo técnico llevaban solamente tres semanas de entrenamiento en El Requexón. «Conocernos mejor a través de la pantalla fue lo que tocó y tengo que decir que fue una experiencia magnífica», recuerda el técnico. El Cuco y los suyos iniciaron unas rondas de charlas grupales e individualizadas en las que trataban temas tácticos y también personales. «El equipo, anímicamente, llegó muy bien a esa miniliga de 11 partidos. Siempre quisimos volver, ni nos planteábamos que el final iba a ser fácil o que, directamente, estuviese decidido», afirma Ziganda.
Vuelta al césped
Después de muchos rumores, el fútbol fue volviendo progresivamente. Primero entrenamientos individuales, luego en grupos pequeños y, finalmente, colectivos. Entre fuertes medidas de prevención, la plantilla del Oviedo entrenó al completo por primera vez el 1 de junio, once días antes del debut ante la Ponferradina. «Lo bueno, entre comillas, era que todos los equipos partíamos del mismo punto. Todos habíamos estado confinados y todos habíamos intentado hacer nuestros entrenamientos individuales, más o menos», dice Ziganda sobre una preparación física que aquellos días suponía un reto tremendo para todos.
El formato ya se conocía: las 11 jornadas que restaban de Segunda División se iban a jugar desde mediados de junio hasta mediados de julio. El Oviedo, en concreto, disputó su primer partido el 12 de junio y acabó la temporada el 20 de julio. Un partido cada tres días en un contexto de incertidumbre en lo físico y de mucha presión emocional, ya que, ni más ni menos, los azules se jugaban la supervivencia en el fútbol profesional. «Teníamos que recuperarnos bien entre partidos y utilizar a gran parte de la plantilla para combatir la carga de minutos. Y creo que lo hicimos», recuerda el técnico navarro.
Empieza la batalla: del bajón en casa al derbi de Borja Sánchez
La Ponferradina de Jon Pérez Bolo fue el primer rival para los azules. El escenario era el siguiente: el Oviedo reanudaba la competición fuera del descenso, pero empatado a puntos con un Deportivo que marcaba los puestos de peligro. «Jugábamos sin público, era muy raro y la sensación era de pretemporada, pero ya era fuego real», dice el Cuco. El partido, como se podía prever, fue malo. Sin chispa, sin casi ocasiones y con una sensación generalizada de que la Ponfe acabó mejor que el Oviedo. «Empezamos bien, con brío, pero se nos acabó pronto la chispa y ellos estuvieron más cómodos», reafirma Ziganda.
Después tocó el Deportivo, también en el Carlos Tartiere. Un rival directo, claro. «Nos pusimos 2-0, hicimos cosas con el balón y controlábamos el partido. El 2-1, que es un gol que dudo que Sabin Merino vaya a repetir alguna vez en su carrera, nos hizo dudar», recuerda el técnico. Tras el descanso, Pero Nolaskoain hizo el definitivo 2-2 en un córner. Dos partidos en casa y dos empates. El Oviedo llegaba a El Molinón empatado a puntos con el descenso.
Era el primer derbi asturiano para José Ángel Ziganda, y aunque se pareció muy poco a lo que pudo vivir después, no fue un partido más. «Lo que más pesaba aquel día era la situación en la clasificación, eh. Sin público el derbi perdía intensión, pero se compensaba por el otro lado. El estrés era tremendo», dice el navarro. «Ahí fue cuando empezamos a jugar cada tres partidos y muchos jugadores estaban con molestias, así que tocaba gestionarlo. Borja Sánchez, sin ir más lejos, tenía problemas físicos y le metíamos en la última media hora porque acababa dolorido. En partidos como en El Molinón salió bien, eso sí», explica Ziganda.
Y vaya si salió bien. Después de un primer tiempo en el que el Oviedo, sin sufrir casi nada, tampoco se acercó demasiado al área de Mariño, Borja Sánchez protagonizó una de esas jugadas que desde el segundo uno entró de lleno en la historia de los derbis. «¿El gol? Todavía me lo mandan de vez en cuando. Es un golazo espectacular, de esas cosas que tienen los genios como Borja», recuerda el Cuco. Y lo remata: «Otro derbi más en el que los jugadores de la casa dan ese plus que tanto se nota, no es casualidad que haya pasado varias veces».
Cinco jornadas de subidas y bajadas
El grueso de aquella minitemporada, los cinco partidos ante Fuenlabrada, Numancia, Mirandes, Cádiz y Las Palmas, fueron una montaña rusa constante. «Lo curioso fue que, en aquellas jornadas sin el empuje del Tartiere, no perdimos en casa. Fue en nuestro campo donde mantuvimos el tipo y nos sujetamos», recuerda Ziganda. Y así fue. El oviedismo miraba la clasificación cuando acababan los partidos en el Tartiere y no quería saber nada de la misma cuando los azules jugaban fuera. Los aficionados azules, y también la plantilla, se acostumbraron a vivir en el alambre. Saber gestionar aquella tensión fue una de las claves de la salvación.
Ante el Numancia, otro rival directo como días antes lo era el Deportivo, el Oviedo sufrió su primera derrota tras el confinamiento. «Fue un partido ante un rival directo que en otras circunstancias lo ganamos y que, en Los Pajaritos, lo perdimos. Un partido feo», explica Ziganda. Los sorianos se adelantaron en el marcador, el VAR entró en escena para no conceder un gol a Rodri Ríos que parecía legal y, en el segundo tiempo, Yoel Bárcenas fue expulsado por agresión. «Esa derrota nos hizo daño en lo anímico, seguramente fue el momento más delicado de aquel mes y medio», recuerda el técnico al otro lado del teléfono.
Tocaba la batalla ante el Mirandés. Con el Oviedo en puestos de descenso, llegaba al Tartiere un equipo sin preocupaciones en la tabla y que contaba con una plantilla repleta de jóvenes talentos. Merquelanz, Marcos André, Malsa, Iñigo Vicente, Joaquín Muñoz o el exoviedista Matheus, todos ellos a las órdenes de Andoni Iraola. «Ellos tenían un equipazo, jugaban muy bien y muy sueltos», explica el Cuco. Alfredo Ortuño marcó de penalti al filo del descanso y, ya en la segunda parte, tocaba sobrevivir. «Sufrimos muchísimo y tuvimos suerte, porque ellos generaron y nos encerraron. Fue un partido de defender todos juntos y agarrarnos a lo que fuese, lo sacamos con mucho compromiso y aguantamos una situación muy delicada. Recuerdo que acabó el partido y decir ‘buah, qué suerte hemos tenido hoy’», recuerda con pasión el exentrenador carbayón.
Superado aquel agónico partido, el Oviedo visitó al Cádiz de Álvaro Cervera con una sensación en el ambiente de que era uno de esos encuentros que se podían perder. Los gaditanos ya contaban los días para ascender a Primera y el duelo en el Carranza era el tercero en pocos días para los azules. La fatiga era una realidad. «Fue el típico partido que el Cádiz jugaba en aquella temporada: se equivocaron poco, nos equivocamos nosotros y metieron las que tuvieron, poco más», explica Ziganda. Tras aquella -esperada- derrota, otra victoria en el Tartiere, esta vez ante la UD Las Palmas de Pedri. «No tuvieron la energía que sí tuvo el Mirandés porque, básicamente, les paramos bien. Marcó Ortuño un golazo, recuerdo, y después Sangalli», dice el técnico navarro.
Aquella noche en La Romareda
Dos victorias, un empate y dos derrotas después, el Oviedo era 17º con dos puntos de ventaja sobre el descenso. Quedaban tan solo tres jornadas para el final y los azules visitaban La Romareda. ¿Qué significaba eso? Jugar ante un Zaragoza que todavía tenía opciones de ascenso directo y al que los azules no ganaban a domicilio desde hacía 29 años. Y fue en ese escenario donde el Oviedo jugó uno de los mejores partidos lejos del Tartiere que el oviedismo recuerda. «Ser capaces de hacer ese partido en un momento así fue un subidón en todos los sentidos», afirma el Cuco.
«Fue un partidazo, de los mejores que hizo el Oviedo conmigo de entrenador. Pillamos al Zaragoza con la flecha para abajo, pero nosotros estuvimos muy fuertes. Con mucha personalidad, concediendo poco, saliendo rápido y bien en las contras, generando ocasiones, con acierto… Fue muy completo. Ser capaces de hacer ese partido en un momento así fue un subidón en todos los sentidos», explica, como si el partido se hubiese jugado ayer mismo, Ziganda. Marcaron Obeng, Sangalli, Yoel Bárcenas y Ortuño. Borja Sánchez dio dos asistencias y el Oviedo ganó 2-4, llegando los goles del Zaragoza casi en el tiempo de descuento. Una exhibición.
Alivio
Penúltima jornada de Liga en Segunda División. «Estábamos obsesionados con poder depender de nosotros», recuerda el técnico navarro. Y así fue. Si el Oviedo ganaba al Racing, ya descendido, se salvaba. En la última jornada tocaba visitar a un Elche que se jugaba el playoff, así que nadie quería ni mencionar esa posibilidad. «Empezamos muy bien y marcamos pronto, pero después del 1-0 nos entró un tembleque tremendo y recuerdo perfectamente a algunos jugadores con mucho miedo. En general todos lo tuvimos», se sincera Ziganda.
Obeng marcó en los primeros diez minutos y, a partir de ahí, el Oviedo jugó uno de sus peores partidos en el Tartiere. Los pases no llegaban, el Racing jugaba cómodo, robar el balón era misión imposible para los azules y, cuando lo hacían, la posesión se esfumaba en segundos. «Lo teníamos tan cerca después de tantos meses de sufrimiento que apareció el vértigo, lo tengo clarísimo», recuerda el técnico. Pero el Oviedo, gol anulado al Racing mediante, aguantó. Y se salvó aquella noche. «Alivio, solo sentí alivio», dice Ziganda.
«Cuando te mueves en equipos del peso del Real Oviedo, evidentemente, todo tiene más importancia. La carga emocional y la presión eran importantes y sentimos mucho alivio. Estábamos agotados. Recuerdo que todos pensábamos que cuando consiguiésemos la salvación íbamos a celebrar y hacer esto y lo otro y qué va, acabó el partido y estábamos muertos en el vestuario. Vacíos, machacados psicológicamente. Pero felices, claro», finaliza el Cuco.
Nombres propios de aquella salvación
Una de las imagenes de aquel final de partido tras la salvación ante el Racing fue ver a Sergio Tejera, capitán azul, llorar en el centro del campo. «Estuvo a un nivel altísimo en aquel mes y medio. En los momentos críticos cogió el mando y demostró una personalidad tremenda. Sus lágrimas fueron el ejemplo perfecto de que toda la plantilla estaba súper concienciada con el objetivo. El grupo había conectado, había gente muy identificada con el club», explica Ziganda.
Al Oviedo le tiraron tres penaltis en aquellos once partidos: Andriy Lunin paró dos. El portero ucraniano fue otro de los nombres sin los que no se entiende la salvación azul. «Manejaba la portería y el área pequeña. Recuerdo faltas de los rivales que iban al punto de penalti y veíamos a Lunin salir pensando que a dónde iba, y acababa atrapándola fácil. Era un portero que estaba muy por encima de la categoría», recuerda el Cuco.
También es verdad que aquel Oviedo defendió muy bien, se hizo un ovillo y se pareció poco al equipo que a comienzos de la 19/20 era un auténtico coladero. Y lo hizo con solo un central habitual, porque Arribas era el titular y su pareja en la zaga rotaba. «Alejandro (Arribas) lo jugó todo y estuvo espectacular, eh. Hace poco lo comenté todavía con gente de Oviedo, jugó todos los minutos salvo los del día de Elche, cuando ya estábamos salvados», comenta el técnico de Larraintzar.
No son pocos los oviedistas que, cada vez que se asoman a la clasificación o a los playoffs de Primera RFEF, piensan en la salvación del 2020. Desde que se ascendió en Cadiz, el Oviedo nunca estuvo tan cerca de regresar a la periferia del fútbol profesional. «Tampoco pienso mucho en ello. Con lo que me quedo de Oviedo y lo que me llevo para mí es la gente que conocí y lo bien que me hicieron sentir en esa ciudad. Nada más», finaliza José Ángel Ziganda.