Pombo: «Ziganda sabe que puedo dar muchísimo más y yo también»
Azul Carbayón
La Voz de Asturias charla, a tres días del derbi asturiano, con el atacante del Real Oviedo. Sus inicios en Zaragoza, el ascenso en Cádiz y la nueva aventura en la capital del Principado
06 Oct 2021. Actualizado a las 09:36 h.
Carácter no le falta a Jorge Pombo (Zaragoza, 1994). Zaragozano, canterano de uno de los clubes con una de las masas sociales más exigentes del fútbol español y miembro de la primera plantilla en temporadas en las que el Real Zaragoza acabó jugando playoff o salvándose en las últimas jornadas. Tras crecer y madurar en La Romareda y ascender a Primera División con el Cádiz, ahora solo piensa en el Real Oviedo. LA VOZ DE ASTURIAS charla con él a tres días del derbi asturiano del sábado (Carlos Tartiere, 21:00 horas).
—Llegó al Real Zaragoza con 11 años.
—En alevines. Lo que busca cualquier niño de la ciudad desde que empieza a jugar a fútbol. Tampoco me lo esperaba, pero al final entrenaba todos los días para llegar ahí. Cuando me llamaron fue el mejor regalo que me podían hacer. Estaba en el UD Amistad, que era una especie de club filial del Zaragoza.
—Desde alevines al primer equipo.
—Me rompí la rodilla cuando estaba en el filial del Zaragoza (último partido de la 14/15) y se me pasaron mil cosas por la cabeza, también la idea de que igual no iba a jugar más al fútbol. Tenía 20 años. Fue duro.
—Pero llegó.
—El debut fue Tarragona, en un partido loco en el que entré en la recta final. Acabó y pensé que ya estaba, que ya había debutado con el equipo de mi vida. Un sueño cumplido. Eso sí, no fue tan emocionante como cuando jugué el primer partido en La Romareda, ante el Córdoba.
—¿César Láinez fue el técnico clave?
—Cuando llegas al primer equipo siempre necesitas ese empujón y esa confianza y a mí me la dio César. Me conocía de toda la vida, de verme en las categorías inferiores, y creía en mí. Funcionó.
—Debuta en la 16/17, pero explota a la temporada siguiente, con Natxo González.
—El principio fue complicado, porque hasta Navidades estuvimos en los puestos bajos de la tabla. Era un estilo de juego que me encantaba: teníamos la pelota y creábamos muchas ocasiones. Sí que es verdad que a la hora de defender sufríamos en las bandas, pero el míster lo tenía muy claro, fuimos cogiendo las ideas y los conceptos y acabó saliendo una temporada buenísima. Fue una pena aquel partido de playoff ante el Numancia en La Romareda.
—En el famoso rondo de Natxo, usted era delantero.
—Siempre había jugado de mediapunta o, de vez en cuando, en la banda izquierda. Con Natxo, como metíamos a mucha gente por dentro, al final me resultaba fácil adaptarme. Al jugar con Borja Iglesias, que era un delantero de referencia, los centrales se fijaban más en él y yo iba por libre. Recibía a la espalda de los mediocentros rivales y aprovechaba bien los espacios. Luego estaban los Eguaras, Zapater, Guti, Ros o Febas, que siempre nos ponían buenos balones. Jugábamos tan de memoria que lo hicimos parecer fácil. Salíamos a los partidos teniendo claro que íbamos a ganar.
—Y se asienta en el club de su vida.
—La temporada siguiente, la 18/19, me vi genial. El equipo arrancó bien y yo estaba cómodo, teniendo mucho protagonismo. Hay dos cambios de entrenadores y ya, cuando viene Víctor Fernández, vuelvo a jugar muy bien. Al final salvamos la temporada como pudimos, pero personalmente estaba contento. Cuando un equipo va a mal es muy difícil decir que un futbolista hizo una buena temporada.
—¿Qué pasó en la 19/20?
—Fue una temporada marcada por la renovación, que se estancó. Cada uno defendía sus intereses, como es normal, y no nos pusimos de acuerdo. No jugué en los primeros tres o cuatro partidos, ahí me apretaron un poco las tuercas. Después, llegamos a un acuerdo y renové. Jugué bastantes partidos, pero no estuve bien. En el mercado de invierno el club me abrió la puerta para salir y surgió la opción del Cádiz.
—¿Es complicado ser canterano en un club tan grande y exigente como el Zaragoza?
—Es jodido, pero esa presión me gusta. Es la presión que llevas queriendo vivir toda tu vida, por lo que entrenas desde pequeño. Seguramente, los canteranos tenemos mucha más presión que la gente que viene de fuera porque al final el sentimiento es distinto, eso es innegable. El de fuera no vive el club de la misma forma, no tiene a sus familiares y a su entorno preguntando todo el día por el equipo. Es más difícil desconectar, sobre todo si van mal las cosas. Si van bien… no existen los problemas. Pero cuando las cosas se ponen jodidas la gente se fija en los de casa porque son los que deben tirar de orgullo y corazón para sacar las temporadas hacia adelante.
—¿Cómo vivió el recibimiento de La Romareda del pasado sábado?
—Yo creo que hubo más aplausos que silbidos, pero bueno, al final es muy difícil que te quiera todo el mundo. Si a Cristiano Ronaldo o a Messi se les ha discutido, cómo no nos van a pitar a los demás. Es normal. Esto es un espectáculo y hay gente a la que le gustas más o menos. Lo viví con mucha ilusión, con ese cosquilleo especial de volver a mi casa. Y sacamos un punto de un campo complicado.
—Volvamos al 2020. Cádiz.
—Fueron unos meses raros que pasaron muy rápido. Era la primera vez que salía de Zaragoza, aparece el coronavirus y nos confinan. Fue duro. El ascenso fue muy bonito, claro.
—Un ascenso que fue una realidad tras una victoria del Oviedo ante el Zaragoza.
—En ese momento, si una persona tiene dos dedos de frente, sabe que uno lo tiene que vivir con alegría porque está subiendo a Primera División. ¿Que me hubiese gustado que se hubiese dado de otra forma y no perdiendo el Zaragoza? Pues claro. Pero en ese momento uno mira por sí mismo, estaba cumpliendo el sueño de llegar a Primera.
—Qué tal el aterrizaje en Primera División.
—Fue todo súper bonito. Durante la pretemporada me sentía muy bien físicamente. Jugué todo en verano, me veía con confianza y sabía que iba a jugar en Liga porque estaba muy bien. Fui titular en las primeras cinco jornadas y metí un gol en Huesca, pero después desaparecí.
—¿Qué pasó?
—No te sé dar una explicación. Si la tuviese… pero es que no la tengo y tampoco la escuché nunca. No pedí explicaciones, pero pasar del todo al nada es raro.
—El Cádiz de Cervera es un equipo peculiar. ¿Cómo fue la adaptación?
—Difícil. Llegaba del Zaragoza, un equipo que rozaba el 70% de la posesión todos los partidos y llegas a un Cádiz en el que lo primero es defender. Luego te das cuenta de que eso es lo correcto en Segunda División: defender muy bien, generar dos o tres ocasiones y tener acierto. Y ya está. Lo primero es lo primero. Es de aplaudir el recorrido que tiene Álvaro (Cervera) en Cádiz. Puedo estar más o menos jodido porque me ha dado pocos minutos, pero no se le puede reprochar nada porque los clubes quieren resultados y eso lo ofrece.
—¿Cómo es posible inculcar ese sacrificio defensivo tan extremo?
—Hay muchos jugadores que llevan muchos años con él y ha construido un círculo de confianza en el vestuario. Te lo inculcan todos los días, saben cómo metértelo en la cabeza. El que quiere jugar en el Cádiz tiene que hacer eso, no hay otra. Y tanto compañeros como cuerpo técnico te ayudan. Lo haces, se ven los resultados y no te queda otra que seguir haciéndolo. Te puede gustar más o menos, pero si es lo que te va a dar más dinero y más victorias, se hace y punto. El míster manda y las victorias más. Aunque hayas corrido detrás del balón durante todo un partido, nadie se cabrea si ganas.
—¿Cuándo surge la opción del Real Oviedo?
—Ya había escuchado otros años que el Oviedo estaba interesado en mí. Era una opción bonita e interesante. Conocía a Rubén Reyes de haber jugado contra el Rayo Vallecano y, como todo director deportivo, me pintó bien las cosas. Es una buena ciudad, un buen club y me gustaba cómo jugaban. Todo se dio para poder elegir esta opción.
—Jugó playoff con el Zaragoza y ascendió con el Cádiz, ¿le ve algo especial a esta plantilla?
—Nos veo muy bien. Este es un equipo joven, pero con jugadores con experiencia en Primera y Segunda. También hay gente de casa con las ganas y la calidad que necesita el equipo. Somos 12 fichajes y poco a poco nos estamos adaptando, entre todos nos ayudamos y estamos formando una buena familia.
—¿Qué tal los canteranos?
—Hay gente que viene de abajo que no conocía y me sorprendió. Me he encontrado con un equipo competitivo, con mucho carácter. No te puedo decir nadie en concreto. Los ves entrenar y no tienen nada que envidiar a nadie, sean más conocidos o no.
—De momento solo ha jugado en dos partidos, ¿está para más?
—Cuando empecé la pretemporada en Cádiz cogí el coronavirus y no tuve esa continuidad necesaria para coger el ritmo. Tampoco jugué muchos minutos porque estaba en la rampa de salida. Llegué a Oviedo y no tenía ritmo. Te preguntan si quieres jugar y claro que dices que sí, pero igual no estás ni para cinco minutos. Al final es el míster el que sabe que no tengo ese ritmo y que puedo dar mucho más. Me conoce y sabe cuándo me tiene que meter. Hay que coger ese ritmo y sé que lo voy a hacer y voy a volver a mi nivel.
—¿Habla mucho con Ziganda?
—Es una persona muy cercana y en la que te puedes apoyar en lo que sea. Cualquier cosa que ve o que siente te lo sabe transmitir. Desde el primer día me ha mostrado su apoyo y su confianza, sabe que puedo dar muchísimo más. Y yo también lo sé. Los dos sabemos que las cosas saldrán bien.
—Y en el 4-4-2 del Cuco, ¿en qué posición se ve?
—Yo siempre he jugado en el medio. Cuando veo los partidos repetidos es fácil ver que me meto mucho hacia dentro, que me gusta girarme y tener el balón. Me siento cómodo recibiendo a la espalda de los mediocentros rivales para encarar a la defensa después y me cuesta un poco más romper al espacio. Me gusta moverme con libertad. La banda izquierda es diferente, pero también estoy cómodo. Al final, si el míster me quiere poner de lateral derecho, tendré que jugar ahí y hacerlo bien. Esto va de rendimiento.
—¿El derbi del sábado será el partido más intenso de su carrera?
—Bueno, el derbi aragonés también es bonito, eh. Cuando La Romareda se llena y anima es la hostia. Pero sí que es verdad que a nivel de rivalidad el Oviedo-Sporting es otra cosa. Linares, que vendrá al partido este fin de semana, ya me contaba mil historias del derbi asturiano. Es imposible no pensar en el partido porque vas por la calle y cualquier persona te lo recuerda. Quieren que ganes y punto.
—¿Está preparado?
—Al final, yo no te sé decir porque no lo vivo igual que la gente de aquí. Le preguntas a Jimmy, Borja o Lucas y es otra cosa. Estoy tranquilo, pero ya se vive y se respira otra cosa en cualquier lugar, desde la ciudad al vestuario.
—¿Qué le dicen en el vestuario?
—Christian nos dice que quiere seguir con la racha que tiene, ha ganado cinco y solo ha perdido uno. Lo estoy viviendo calmado e ilusionado, con las mismas ganas que cualquier jornada. El equipo está tranquilo y sabe que las cosas van a salir bien.
—La última, la más típica. ¿De dónde viene lo del tigre?
—Empezó con la tontería del tatuaje y después, en la 17/18, comencé a usarlo en las redes sociales. La prensa me empezó a llamar así y en la televisión también. A Borja Iglesias le llamaban el panda y al final te queda el mote [risas]. Mejor que te reconozcan por eso que por otras cosas.