La Voz de Asturias

Así fue el caso de El Lavaderu de Gijón, un envenenamiento masivo con una droga indetectable

Asturias

María S. Condado
Sidrería El Lavaderu

Los problemas de salud acecharon durante casi una década a la plantilla de esta popular sidrería. La muerte repentina de uno de los cocineros supondría un punto de inflexión para comenzar las investigaciones hasta dar con el culpable, uno de los propios trabajadores del establecimiento

03 Oct 2024. Actualizado a las 12:10 h.

Años de malestar y un gran deterioro de la salud acecharon a los trabajadores de una popular sidrería de Gijón durante casi una década. La repentina muerte de Juan Gil, el Pistolas, en mayo del 2011, cocinero de El Lavaderu, comenzó a levantar las sospechas de los trabajadores. No sabían que estaban a punto de descubrir que la «maldición» de El Lavaderu venía provocada por uno de sus propios compañeros.

Para entender la historia hay que remontarse al año 2002, cuando los síntomas empezaron a surgir entre los trabajadores de El Lavaderu, una popular sidrería de Gijón situada en el barrio de Cimadevilla. Camareros, cocineros, ayudantes de cocina... nadie parecía poder librarse de la maldición. Los síntomas eran tan comunes como dispares. Entre los más repetidos se encontraban amnesias, alucinaciones, psicosis y una somnolencia extrema.

Algunos de los trabajadores del local tuvieron que ser ingresados en el hospital hasta en tres ocasiones. Los síntomas empezaron de manera puntual, pero con el tiempo la frecuencia y la intensidad fue aumentando. A pesar de las interminables pruebas médicas, ninguna parecía esclarecer qué causaba aquellos efectos en los trabajadores. En los análisis de sangre no se detectaba ninguna sustancia tóxica y los síntomas no parecían coincidir con ninguna patología.

Pasaban los años y cada vez aparecían nuevos síntomas, menos graves, pero más comunes. Los picores, las manos rojas, la sensación de ir drogado y los sudores acechaban cada vez más al equipo de la sidrería. Algo iba mal, pero nadie era capaz de averiguar a qué se debía. En un principio, el personal sospechó del estado de la comida o el alcohol, pero la hipótesis se descartó rápidamente: los trabajadores comían los mismos alimentos que los clientes, pero el malestar y los síntomas solo afectaban a la plantilla.

Hartos de la situación, parte del equipo decidió abandonar su puesto de trabajo. En todos los casos, quienes huían de El Lavaderu comenzaban a notar claras mejoras en su estado de salud. Las nuevas teorías no tardaron en salir a la luz. Los productos de limpieza, los gases desprendidos por las tuberías o el agua embotellada pasaron a estar en el punto de mira de los trabajadores. Con el objetivo de confirmar o desmentir las sospechas, se llevaron a cabo distintos análisis e inspecciones de la calidad del aire y de los productos, sin embargo, nada parecía esclarecer por qué cada vez el personal se encontraba peor.

Las cosas empezaron a empeorar hasta tal punto que uno de los trabajadores cayó en coma durante once días. Sin embargo, el suceso más trágico de la sidrería aún no había acontecido. Una mañana cualquiera, Juan el Pistolas se incorporó a su puesto de trabajo de manera habitual. Ya desde primera hora, el cocinero comenzó a quejarse de un fuerte dolor en el pecho. Antes de que sus compañeros se pudieran dar cuenta, Juan se encontraba desplomado en el suelo. Los médicos no pudieron hacer nada por salvar su vida. Tras su traslado al hospital, se determinó que la causa de la muerte había sido un infarto fulminante, por lo que se incineró el cuerpo sin realizar autopsia.

La repentina muerte de Juan Gil crispó aún más el ambiente tras la barra del negocio. Después del trágico suceso y a pesar del cambio de dueño y las nuevas incorporaciones los síntomas continuaban latentes entre la plantilla de El Lavaderu. Los nuevos trabajadores tan solo llevaban 20 días cuando comenzaron a padecer el malestar general que inundaba la plantilla. Taquicardias, grandes bajadas de peso y cansancio extremo se unieron a la larga lista de síntomas. Los análisis médicos continuaban sin esclarecer nada de la situación. Una de las trabajadoras incluso fue derivada a la unidad de salud mental y sometida a tratamiento, pero nada surtía efecto.

El continuo desgaste prolongado a lo largo de los años hizo de El Lavaderu un lugar hostil para sus trabajadores. Las sospechas y las acusaciones entre la plantilla eran cada vez más evidentes. Había quienes les echaban culpa a los cocineros por servir comida en mal estado e, incluso, quien como Andrés Avelino F. F. achacaba el malestar de los trabajadores a los efectos del alcohol.

Las sospechas aumentaron aún más cuando algunos miembros del equipo se percataron de que dos de los trabajadores veteranos no han sido víctimas de esta peculiar maldición. Andrés Avelino F. F., el Candasu, y su pareja sentimental, Eva García, eran los únicos trabajadores que no habían experimentado ninguno de los episodios por los que habían pasado sus compañeros. Ambos traían su comida de casa, alegando que seguían una dieta especial.

Sin embargo, un golpe de suerte y una investigación cautelosa serían el primer paso para resolver el misterio. Uno de los camareros observó como Andrés Avelino F. F. adulteraba uno de los cafés que, posteriormente, se serviría a un miembro de la plantilla. En primera instancia, el trabajador no se atrevió a acusar no quería causar revuelo en el local sin antes tener pruebas. Pero tras semanas de investigación sin éxito, decidió forzar la taquilla de Andrés donde encontró un líquido sospechoso. Tras su hallazgo acudió a la policía acompañado del propio dueño del local. Un hecho que marcaría el principio del fin del calvario de los trabajadores de El Lavaderu.

Las investigaciones policiales tardaron en dar sus frutos. Los frascos aportados por los trabajadores fueron analizados por el Instituto Toxicológico y tras varias inspecciones frustradas en el local, los agentes terminaron dando con la sustancia que había ocasionado durante más de una década el deterioro del personal.

Incoloro y sin ningún tipo de sabor, el Colme es uno de los medicamentos más habituales en casos de envenenamientos. Es un potente inhibidor de la aldehído deshidrogenasa, utilizado como tratamiento antialcohólico que, apenas unas horas después de ser ingerido, desaparece de la sangre, por lo que es casi imposible detectarlo a través de un análisis médico. La propia receta del medicamento esclarece los efectos secundarios al consumir alcohol: ruborización intensa, palpitaciones en cabeza y cuello, náuseas, taquicardia, dificultad respiratoria, debilidad, visión borrosa, sudoración, dolor torácico, y, en casos más graves, vómitos, hipotensión, depresión respiratoria o colapso cardiocirculatorio. Todos ellos coinciden con los síntomas que los trabajadores habían experimentado durante más de una década.

Finalmente, Andrés Avelino F. F. fue acusado de envenenar a sus compañeros. En las dos primeras sesiones del juicio los dos procesados —Andrés y Eva García—rechazaron las acusaciones. El imputado principal llegó a negar que hubiera comprado alguna vez Colme, pese a que, según explica Europa Press, la auxiliar de la farmacia donde compraba habitualmente aseguró que ella se lo vendía dos veces al mes con receta. Un punto que no queda del todo esclarecido pues, si bien El Candasu adquiría el medicamento con una receta de la Seguridad Social, el médico del acusado negó que se lo hubieran recetado alguna vez o que tuviera constancia de que hubiera sido por problema de alcohol.

A las demás declaraciones de los trabajadoras explicadas anteriormente, se une el testimonio de una extrabajadora de la sidrería, que explicó cómo encontró unos frascos de Colme en la papelera del local hostelero, los cuales reconoció por haber tenido un familiar que los utilizó por problemas de alcoholismo.

En el año 2015, el Candasu fue condenado a 48 años de cárcel por doce delitos de lesiones y seis faltas de lesiones contra 19 compañeros. Aunque finalmente, tras un recurso presentado a la Audiencia Provincial, la condena se redujo a 36 años. A la condena se sumó el pago de multas por valor de 3.320 euros y unos 65.000 euros de indemnizaciones. Por parte, Eva García, quien negó los hechos en todo momento, resultó absuelta.

Tras cumplir ocho años de la condena impuesta en la cárcel asturiana de Villabona, en el 2022 Andrés Avelino obtuvo el tercer grado por buen comportamiento. El Candasu no pudo ser acusado por la muerte de Juan el Pistolas debido a la falta de pruebas al no haberle realizado la autopsia y la imposibilidad de hacerla posteriormente, a pesar de que las causas de la muerte eran compatibles con los efectos del tóxico empleado.

Tras el esclarecimiento del caso los trabajadores de El Lavaderu recuperaron su salud paulatinamente. Hoy en día el local continúa siendo uno de los más populares de la ciudad.

 


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