La bióloga asturiana que dio un giro radical a su vida para dedicarse a la cerámica: «He recuperado la salud»
Asturias
Maider López pasó de trabajar en una multinacional a lanzarse a montar su propio negocio con el barro como protagonista tras descubrir su poder sanador. Tiene un taller en el medio rural desde el que da forma a sus propias piezas e imparte clases a cada vez más personas: «Te conecta con el niño que tienes dentro»
05 Apr 2024. Actualizado a las 09:18 h.
Maider López descubrió el poder sanador del barro hace nueve años. En aquel momento, la asturiana atravesaba por un problema personal que le hizo replantear su vida. Un proceso difícil en el que trató de buscar cosas que le ayudaran a calmar el dolor. En medio de todo aquello su hijo, que tenía cinco años, comenzó un día a jugar con arcilla a la puerta de casa: «Empezó a decirme "mira mamá, cemento", y yo vi aquello con lo que estaba jugando el crío y dije "si a esto le das forma, lo amasas un poco y le das cariño, lo puedes modelar"», cuenta.
Así comenzó a descubrir esta bióloga la cerámica. «Encontré un vínculo de unión con mi hijo que en aquel momento necesitaba cultivar», admite. Trabajaba en una multinacional y viajaba mucho. También estaba sometida a un fuerte estrés derivado de sus obligaciones laborales. Pero decidió sacar tiempo para explorar el nexo de unión que acababa de encontrar con su retoño. Hasta entonces, no había tenido ningún tipo de experiencia: «Soy bióloga, trabajaba en una empresa de control de calidad y nunca tuve contacto con el mundo del arte ni con la artesanía más allá de los mercados artesanales», subraya Maider.
Dispuesta a aprender, Maider buscó en internet y descubrió los talleres de Toni Soriano en Astorga, León. Dedicó sus vacaciones a explorar un oficio que la conquistó por completo. «Para mí fue todo un descubrimiento. De repente me vi todo el día haciendo cosas con las manos, cosas que jamás había hecho porque mi trabajo consistía en coche, ordenador y reuniones con gente. En ese momento me dije que vivir de esto tenía que ser la leche, fue mi pensamiento durante esas semanas», detalla.
«Esas vacaciones fuimos de barro en barro y tiro porque me toca», celebra Maider. Descubrió entonces que la cerámica era su gran pasión y a su regreso a Asturias se enteró de que el que había sido su profesor en Astorga también daba clases en Gijón. «Tuve la suerte de que me ofrecía flexibilidad. Entonces como viajaba mucho, me apunté e iba cuando podía. Así fui aprendiendo algunas cosas», admite la bióloga asturiana.
Un punto de inflexión
Aunque el verdadero punto de inflexión en su trayectoria sucedió hace cinco años. Debido al estrés que sufría en su puesto de trabajo acabó «en una ambulancia de camino al hospital». Algo que hizo que se replantease su vida. Tenía 42 años y pensó que si quería dar un giro de 180 grados a su camino, era el momento: «Llevaba 16 años trabajando en la misma empresa y al principio da un poco de vértigo, porque tenía una seguridad. Pero mi cuerpo no lo soportaba y tuve que tomar una decisión. Decidí dejarlo y me lo pusieron fácil. Acabé un viernes por la tarde y el lunes por la mañana estaba empezando a trabajar en mi taller de cerámica, que es mi casa», relata.
Entonces, «empecé un oficio del que yo pensaba que sabía algo y me di cuenta de que no tenía ni pajolera idea», confiesa. Pero la decisión estaba tomada y tenía un tiempo «de colchón» para seguir aprendiendo. Así nació Maider Arte Cerámica, su marca. «Hay que pensarlo bien, porque el salto al vacío que yo hice es arriesgado. Tienes que hacerlo con cabeza», admite. Sin embargo, su filosofía de que los fracasos tienen que asimilarse como oportunidades de aprendizaje y que «cada éxito es una suma de los fracasos acumulados» ayudó a que tirase para adelante.
Su idea inicial era centrarse en la creación de urnas funerarias: «Pensaba que era una buena línea de negocio, pero la realidad es que no es tan sencillo como parece y no estaba funcionando», reconoce. En ese momento llegó la pandemia y todo cambió. Gracias a eso, varias personas empezaron a solicitar a Maider que diese clases. «Parar ha hecho que la gente se replantee la vida de otra forma», asegura.
Tras el confinamiento que ocasionó la expansión del coronavirus, «hay como un bum de la cerámica», considera Maider. «De repente nos dimos cuenta de que estábamos alejados de la parte creativa, y todo eso genera una factura a lo largo del tiempo. Las endorfinas son superimportantes para la salud y para compensar toda la ansiedad que nos genera el día a día. Quizás parar en la pandemia hizo que la gente se diera cuenta de que, si se dedicaba tiempo a ella misma, estaba mejor», cree.
Tras las peticiones y sin estar muy convencida, puso en marcha las clases de cerámica que ella misma impartía en su casa, situada en El Cuto, en la parroquia de Anes, Siero. Está a solo dos kilómetros de Noreña y a 15 de Gijón y Oviedo. «Empecé muy despacito y descubrí que me gustaba, que lo disfrutaba mucho y que lo pasaba muy bien», cuenta. Poco a poco fue dándose a conocer y consiguiendo que cada vez más alumnos llegaran a su casa, a la vez que fue ampliando el espacio dedicado al taller y separándolo del área más privada de su propio hogar.
Tiene clases de continuo en las que «se crean grupos superbonitos». Además, da talleres ocasionales los sábados para que cada uno pueda apuntarse cuando quiera. «Enseño la técnica y cada uno va haciendo un poco lo que quiere o puede, a su ritmo», relata. Aparte de transmitir los métodos para usar el torno y dar forma a la arcilla, trata de hacer llegar a sus alumnos el poder sanador del barro que a ella tanto le aportó.
«Siempre encuentro paralelismos entre lo que sucede en los procesos cerámicos y en la vida. Ha sido un método de autoconocimiento. Ves que cada proceso lleva su tiempo y si quieres acelerarlo se va a romper, porque es frágil, pero a la vez ves que eres capaz de conseguir aquello que te propones si eres constante y disciplinado», apoya.
En la actualidad, los talleres ocupan la gran mayoría de su tiempo, aunque también hace piezas de artesanía propias. Aparte de las urnas funerarias con las que empezó, moldea vajillas, lámparas y hasta joyería cerámica. «Estoy trabajando para un restaurante con una estrella Michelin a los que todos los años les hago una tanda de platos. Y luego las urnas que me salían mal acababa convirtiéndolas en lámparas. He vendido muchas lámparas, casi más que urnas», admite. Por eso cree que los errores acaban llevando a «caminos impensables que pueden ser maravillosos».
Apuesta por el medio rural
Maider López Álvarez está «contentísima» de haber asentado su proyecto de cerámica en el medio rural. «¿Tú sabes lo que es trabajar aquí? No tiene nada que ver con estar en una academia cerrada en una ciudad», celebra. Sus alumnos están en pleno contacto con la naturaleza, disfrutan del paisaje e incluso trasladan la mesa debajo del hórreo cuando hace buen tiempo. También salen a recoger flores que luego imprimen en sus platos. «Es un valor añadido que en una ciudad no puedes ofrecer. Son varias las circunstancias que hacen que este sea un sitio diferente y único», considera.
«Creamos un entorno de diversión que influye en el estado de ánimo»
A pesar de que fue duro darse a conocer y ese proceso todavía continúa, el balance de Maider con su proyecto en torno al barro no puede ser más positivo. También al ver la satisfacción con la que sus alumnos —el 80 % mujeres y el 20 % restante, hombres— salen de su casa tras dos horas moldeando. «Estamos creando como una familia, entre comillas. Estamos todo el día riéndonos y creamos un entorno de diversión, y eso influye en el estado de ánimo», celebra.
Prefiere no hacer planes de futuro, porque se confiesa «gran amante del caos y de la improvisación», aunque seguirá explorando el mundo de las clases mientras va ampliando su taller. De hecho, acaba de incorporar un horno de grandes dimensiones con el que abre «los límites de la creación para llegar a unos tamaños que antes eran inviables». Seguirá, no obstante, el camino por el que la lleve la vida: «El momento que estoy viviendo es tan bonito que tengo miedo a que se esfume. Disfruto del día a día al máximo porque sé que todo cambia de un momento a otro. Entonces planes de futuro, los justos», responde.
Por el momento, la cerámica ha sido una verdadera terapia para ella: «Yo he recuperado la salud. Tenía un montón de problemas derivados del estrés de mi día a día. Di un cambio de vida, dedico gran parte de las horas a cosas que me hacen sentir bien y ahora estoy mucho mejor. Además, he vuelto a conectarme con la niña que tenía dentro», aplaude. Por eso, manda un mensaje final que también trata de trasladar a sus alumnos: «Tenemos que permitirnos el lujo de fracasar, no pasa nada, porque el enriquecimiento que tienes por el camino es brutal».