Soldar no solo es cosa de hombres: la historia de cuatro asturianas que tienen «un trabajo y un sueldo muy dignos»
Asturias
Begoña, Minerva, Iris y Marina no dudaron a la hora de adentrarse en un sector masculinizado como es el metal. Son compañeras y animan a otras a dar el paso, aunque se trate de una labor «dura» y que requiere en muchos casos de un esfuerzo físico importante
30 May 2024. Actualizado a las 11:54 h.
Begoña Gancedo, Minerva Moreno, Iris Fernández y Marina Monteserín son soldadoras. Un trabajo desempeñado tradicionalmente por hombres en el que no dudaron en adentrarse. Siguen siendo minoría, pero animan a otras a dar el paso para que llegue el día en el que se alcance cierta paridad. Admiten que es un trabajo «duro», pero creen que las mujeres están perfectamente capacitadas para desempeñarlo.
Sus trayectorias laborales son diversas, tanto como sus edades. En la actualidad comparten taller, pues las cuatro son trabajadoras de Windar, la compañía especializada en renovables con sede en Avilés. Con motivo del Día de la Mujer, cuentan sus experiencias, hablan de la relación con sus compañeros y reconocen la extrañeza con la que sus entornos personales reaccionan al conocer su puesto de trabajo.
Begoña Gancedo: «Fui a Sudáfrica y el primer día me abuchearon por ser mujer. Ahora soy una más»
Begoña Gancedo es la más veterana en Windar —lleva ocho años— y también la única de las cuatro que tiene experiencia previa como soldadora fuera de la empresa. Empezó a formarse porque quería «un trabajo de chicos con un salario de chicos». De los 35 a los 39 años se dedicó a hacer cursos por las tardes y a trabajar en una panadería por las mañanas, en la que reconoce como una de las etapas más «duras» de su vida. Consiguió su primer trabajo en Cartagena, donde cuenta que se encontró con comentarios machistas, aunque prefirió hacer oídos sordos y seguir: «Uno de los jefes me dijo un día: "Tú no vas a conseguir llegar a ningún sitio porque siempre va a haber un tío que desempeñe el trabajo mejor que tú"», relata.
Antes de llegar a Avilés trabajó como soldadora en el extranjero. Uno de sus recuerdos imborrables está en Sudáfrica, donde estuvo seis meses. «El primer día cuando me di cuenta estaba rodeada y me estaban abucheando por ser mujer», rememora. Pero su carácter se antepuso a las actitudes machistas que se encontró por el camino y siguió.
Su trabajo en Windar la ha llevado a viajar a otros puntos del mundo: estuvo en México y también en Rusia, algo que agradece. Allí vivió otra situación incómoda por ser mujer. Era la única del taller y relata lo que sucedía cuando bajaban los jefes: «Saludaban a los compañeros, les daban la mano a todos y a mi ni me miraban a la cara. Me ignoraban por completo. Yo al principio me sentía súper incómoda, pero por lo visto para ellos es una falta de respeto saludar a una mujer».
«Uno de los jefes me dijo un día: "Tú no vas a conseguir llegar a ningún sitio porque siempre va a haber un tío que desempeñe el trabajo mejor que tú"»
Hoy en día es «una más» en la empresa y está «como en casa». «Todos los hombres con los que he trabajado han acabado reconociendo que una mujer si quiere, puede», asegura. También tiene buena relación con sus compañeros: «Ellos se olvidan de que estoy aquí. Tanto que hay veces que les tengo que decir "parad, eh", porque siempre hablan de lo mismo. Me dicen que tengo carácter y les digo que si no lo tuviera me comerían».
Es la única mujer que hace soldadura manual y cree que es un sector tan masculinizado por el esfuerzo físico que supone: «Si no estás dispuesta a ello, no te metas ahí», advierte. «Sabes que cuando acaba la semana tienes que hacerte las manos. A mí me gusta mucho bailar y no podría salir a bailar si no, me daría vergüenza. También te quemas. Supone mucho esfuerzo físico. Yo hago mucho deporte porque soy consciente de que mi fuerza no es la misma que la de un chico por mucho que yo quiera, porque soy menudina y delgadina», detalla Begoña Gancedo.
Pese a ello anima a otras a seguir sus pasos porque «es un trabajo muy digno». Ella logró cumplir con su premisa inicial de tener «un trabajo de chicos con sueldo de chicos» y está encantada: «Al final el sueldo es muy digno y si te mueves fuera, aún mejor. Animaría a otras mujeres porque es un trabajo que te da para vivir tranquilamente. Yo trabajé en una panadería y hacías horas de más y nadie te agradecía nada, aquí es diferente», concluye Begoña.
Minerva Moreno: «Sigue siendo un sector masculinizado porque a las mujeres les da miedo»
Nunca es tarde para cambiar de rumbo laboral y Minerva Moreno es un ejemplo de ello. Tampoco lo es para poner fin a esas reglas no escritas que dicen qué trabajos son de hombres y cuáles de mujeres. Esta avilesina tiene 26 años cotizados. Primero como emprendedora en el mundo de la hostelería, después en una cadena de producción relacionada con la cristalería y, por último, como soldadora en Windar. Trabaja en arco sumergido y asegura que en el taller «nunca» tuvo ningún problema, «ni malas caras por ser mujer, ni nada de nada».
Lleva un año y se formó en la propia empresa. «Tenía que buscar un futuro y tuve suerte. Me seleccionaron para el curso y la verdad es que estoy encantada. Ha sido un giro enorme, pero en realidad ya estaba acostumbrada a trabajar con hombres y no tenía ningún inconveniente», explica. Aunque la plantilla femenina sigue en clara minoría, Minerva cree que es «porque a las mujeres les da miedo». De hecho, cuenta que su decisión laboral extrañó en su entorno familiar: «Mis hermanas me dijeron "tú es que eres muy atrevida"».
Pero ella se lo recomienda «a todas». Al principio reconoce que también tuvo cierto miedo, sobre todo «cuando tienes que mover tramos —piezas de varias toneladas— con el puente grúa». Ahora rebaja ese miedo a respeto y admite que con tener «cuidado» y seguir todas las normas de seguridad las mujeres pueden desarrollar en iguales condiciones que los hombres este trabajo.
Asegura que ha tenido «suerte» y en lo que lleva trabajando como soldadora no ha sentido «discriminación ninguna» por el hecho de ser mujer. Por eso no duda en animar a otras mujeres a dar el paso y adentrarse en estos trabajos: «No se hace por miedo al rechazo de los hombres, pero ya estamos en otra época y aquí cada uno va a lo suyo», celebra.
Iris Fernández: «Ojalá en un futuro seamos más»
Al igual que Minerva, Iris Fernández trabaja en soldadura por arco sumergido. Tiene 32 años y vio en el sector del metal una oportunidad laboral estable. Antes había trabajado en la hostelería como camarera y en el reparto de comida a domicilio. También estudió dos ciclos de FP del sector sanitario y empezó Biología, aunque por circunstancias personales tenía la necesidad de trabajar. «Hay mucha diferencia con la hostelería, las condiciones están muy bien», apunta Iris.
Trabaja a turnos en una máquina que a su juicio pueden manejar perfectamente tanto hombres como mujeres. «Es una máquina grande que tiene una parte automatizada. No es lo que la gente se imagina cuando digo que soy soldadora. Yo controlo los parámetros y tenemos un joystick para decir por dónde va soldando y controlar los parámetros en función del material. Dirijo la máquina y el resto del tiempo hago limpieza y mantenimiento», comenta la trabajadora asturiana sobre su día a día.
Cree que no debe ser clasificado como trabajo de hombres o de mujeres: «En el puesto en el que estoy yo puede trabajar cualquiera. Porque un tubo eólico por mucha fuerza que tenga un hombre tampoco lo va a poder levantar, siempre vas a necesitar de una máquina. Sí que igual a la hora de cargar sacos de 25 kilos al principio cuesta, pero luego te acostumbras. No digo que me cueste menos que a mi compañero, que es un tío que los coge como si nada. Pero bueno al final tú también los coges».
«Hay mujeres que no quieren, me acuerdo cuando hice el curso que algunas se echaron para atrás. Hay cierto miedo pero es por desconocimiento, porque piensas que vas a llegar a la fábrica y el ambiente de hombres te va a echar para atrás por comentarios o porque te vayas a sentir inferior»
Iris asegura que en el tiempo que lleva trabajando en la fábrica nunca ha sufrido comentarios machistas y que es algo que te puedes encontrar, por desgracia, también «en la calle, en el supermercado y en todos los sitios». Además, comparte opinión con su compañera Minerva: «Hay mujeres que no quieren, me acuerdo cuando hice el curso que algunas se echaron para atrás. Hay cierto miedo pero es por desconocimiento, porque piensas que vas a llegar a la fábrica y el ambiente de hombres te va a echar para atrás por comentarios o porque te vayas a sentir inferior».
Un temor que reconoce que ella misma tuvo cuando empezó. «Yo me siento una más. Consigues quitar ese prejuicio. Es verdad que a mí me daba un poco de respeto ir ahí y no encajar por ser mujer, pero en ese sentido no he tenido ninguna dificultad», admite. Eso sí, sigue habiendo mayoría masculina y «somos cuatro frente a 100 paisanos trabajando», algo que se debe a su juicio por el hecho de que las mujeres «tiran más» a oficios relacionados con los cuidados: «Quizá sea con lo que hay que acabar». Por eso animaría a otras mujeres a dar el paso: «A la larga y mirando al futuro es lo mejor para que dentro de muchos años haya más representación en las plantillas. Ahora están en las oficinas y es por tradición, porque ese miedo está ahí».
Marina Monteserín: «La gente piensa que al ser un trabajo de hombres nos machacan, al contrario»
Con solo 22 años Marina tuvo claro que su lugar estaba en este sector. «Empecé porque mi padre trabajaba en Arcelor y siempre me inculcaron el sector del metal. Mi hermano también. Me viene de casa», admite. Es curvadora en Windar, su primer trabajo. Hizo un «cursillo del paro» y se formó en la propia empresa. Admite que es «un trabajo bastante duro» pero «para todos, no solo para las chicas».
Aunque lleva poco tiempo cree que su futuro está en el sector. Tiene un puesto que considera «bastante tranquilo» pese a que «la gente piensa que al ser un trabajo de hombres nos machacan». «Al contrario», apoya Marina. Eso sí, a la hora de animar a sus amigas a adentrarse en el sector lanza una advertencia: «Siempre digo que no es solo querer, es poder llevarlo física y mentalmente bien. Porque es muy duro y hay que saber llevarlo. Además de la fuerza física que supone, hay días que te levantas a las 5, días que trabajas de noche… Los turnos también hay que saber llevarlos», apunta Marina.
Se formó en la propia empresa y lleva poco más de un año, aunque asegura que la relación con sus compañeros es buena: «Desde el primer momento me trataron muy bien y creo que tengo bastante confianza con ellos», asegura. Pese a ser una mujer joven en un mundo de hombres, cuenta que por el momento no se ha sentido «menos», aunque reconoce que «siempre hay alguna broma» a la que hacer oídos sordos.