La Voz de Asturias

Las fundaciones para lo uno y para lo otro

Asturias

Ángel Aznárez Oviedo
Aspecto actual del que fuera Centro Asturiano de La Habana, ocupado ahora por el Museo de Bellas Artes cubano

10 Dec 2023. Actualizado a las 05:00 h.

Hace meses que lo escribí y lo repito hoy. Me referí entonces a lo que respondió el columnista Manuel Vicent, a finales del año 2019, entonces y ahora con columna dominical en la última página de un diario madrileño. Al periodista Antonio San José, que le preguntó sobre aquellas columnas, Vicent, valenciano, y como los buenos valencianos con dotes innatas para bandas de música e instrumentos de viento, dijo: «El columnista- escritor no tiene derecho a amargar el domingo a nadie”, y eso, añadió, no ha de ser impedimento para que el lector o lectora, al leer el artículo, crea que ha pensado». De acuerdo.

Mas estoy en desacuerdo con lo dicho de que el domingo las «noticias gordas» ya no están en el periódico, pues fueron contadas días antes. Eso ocurrirá en Madrid, pues aquí, en «provincias», las noticias gordas apenas se cuentan ningún día de la semana, acaso por exigencia del negocio, que no del derecho a la información. Ya lo escribió un artista: «Escribir en los periódicos es ser un Sísifo, pues, continuamente, hay que levantar una piedra, cargar con ella y subirla al periódico». Y confundiendo las rabizas con las nabizas.

Créame, lector/lectora, que hice esfuerzos en mis escritos para ser los domingos sedante o secante como de tintas chinas, balsámico, con preocupación por el bienestar de ustedes. Hasta pretendí ser reconfortante, como uno queda después de pringarse con colonias «frescas», de droguería, alcoholizadas, de baño con bañera a lo Poppea, la de Nerón. Y a causa de la temática de mis últimos artículos dominicales, creo no haberlo conseguido, por lo que pido perdones, ahora de tanta moda o costumbre en lo civil y en lo eclesiástico.

Un asunto tan entrañable y apaciguador como es lo gratuito, que de eso va lo de hoy, dudo que consiga calmar, siendo ese mi sano propósito. Por el contrario, lo gratuito levanta pasiones como vendavales, y no cabe mayor alteración del sistema nervioso que tener levantadas las pasiones, tanto por lo de gratis como por lo de amore. De esto saben mucho los que antes se hacían llamar padres y ahora hermanos, siempre predicadores, ordenados o desordenados, de la caridad.

No pudo pasar desapercibido que las palabras de Manuel Vicent, fuesen dichas en la sede de una filantrópica fundación, valga la reiteración, pues allí donde aparece una fundación, está la filantropía, que es amor a lo ajeno, muy desinteresado, pues si fuese interesado sería un delito económico. Filantropía que los griegos estoicos llamaron «amor» y que luego repetiría ese romano y cojo llamado Epicteto. Y tampoco pudo pasar desapercibido que aquella fundación llevara el nombre de un banquero, Juan March, insular mallorquín, como la sobrasada o las ensaimadas.

Habrá que matizar, pues la Fundación de don Juan March no es estrictamente bancaria, dirigida ahora con excelencia por un filósofo y autor teatral, apellidado Gomá, pariente del que fue Cardenal de Toledo. Sí lo fue, por el contrario, la llamada «Cajastur», que ahora no sé si lo sigue siendo (se lo pregunté a un consejero de esos), después de lo del «mejunje» con Unicaja Banco, el del malagueño azulete o «azul celeste», antes de Ronda, tierra de bandoleros generosos.

Don Juan March fue un banquero muy listo, un banquero «fetén», casi como nuestro Herrero Collantes, marqués de Aledo por haberse casado con la navarra marquesa de Aledo, y que a tantos colocó en esa «mamachicho» o Hidroeléctrica del Cantábrico.

Y es que las fundaciones bancarias de antes, eran «fundadas» por banqueros; las de ahora, a partir de la Ley 26/2013, de 27 de diciembre, que entró en vigor al día siguiente de la festividad de los Muy Santos Inocentes, fueron «fundadas» también por bancarios de sucursal y hasta por barqueros. Y ya estamos metidos de «hoz y coz» en lo de las Fundaciones bancarias, tan de moda a partir de aquella Ley, que fueron y son un inmenso «frixuelo» revenido, como de Carnaval atrasado, o como un polvorón enorme para empapizarse teniendo sed.

Y esto último me hace recordar que, desgraciadamente (y dicho quede con todos los respetos), morir por causa de empapizamiento, más frecuente de lo que se cree, es un tipo de muerte, al parecer, de angustia y amarga, aunque sea a base de polvorones almendrados como los sevillanos de Estepa. Hay, por supuesto, otras clases de muertes más dulces, casi como de confitería.

Dicen que los presentes tiempos son de mucho ánimo de lucro; y dicen que la aspiración para ser rico, y para que los ricos lo sean más, no tiene límites, siendo de modalidades infinitas, incluidos los pelotazos en Bolsa por informaciones privilegiadas y a crédito. La «cosa», también la «cosa nostra», son como madejas sin agujas, teniendo en cuenta que se es rico siempre contra alguien, pues allí donde hay ricos, cerca están sus víctimas. Los vates y augures ya lo cantaron, aunque llorando: «Los hombres, desde niños, aprenden a dividirse en lobos y corderos».

Acaso todos los tiempos hayan sido siempre así, y desde que el hombre dejó de ser cuadrúpedo para ser bípedo, con las manos libres para meterlas en estancias prohibidas, incluso para aplaudir en ferias con muestras o sin muestrario, o por premio de escaparates. Hoy mismo (estoy escribiendo el domingo 3 de diciembre) leo: «Filantropía con cuentagotas (Cuando lo que está en crisis es la generosidad)». Y es que a este paso la gratuidad va a perder lo que le queda: «la buena prensa» o el ser ejemplo inmoral para recibir «premios». Y lo gratuito pasará a la categoría de lo insignificante. Algo de esto ya pasó en tiempos lejanos, del siglo XIX, los del Código Civil, que, frente a la potencia de lo oneroso, se refiere, despreciativo, a la liberalidad de los bienhechores, calificándola de «mera» (artículo 1274).

Lo gratuito está desacreditado, bastando un ejemplo, aunque hay otros muchos. Por ejemplo, si se da un buen consejo a quien consulta, y el que lo da lo hace de manera generosa y gratuita, sin honorarios ni aranceles legales o inventados, la persona que recibe la consulta quedará con dudas, como con desconfianza, lo que no ocurrirá, certeza plena y a pie juntillas o a rajatabla, si quien da el consejo o responde a la consulta, cobra por ello una fortuna y sin IVA.

Eso no impide que, aún en estos tiempos, haya creyentes forofos de lo gratuito, aunque a su pensamiento se califique, con cachondeo, de «utópico». Entre aquéllos cito al papa Benedicto XVI, que en su Carta encíclica Caritas in veritate, de 29 de junio de 2009, escribe maravillas sobre la que llama «lógica del don» y «el principio de gratuidad, como expresión de fraternidad». Y me refiero a ello pues hay muchas personas, también lectores y lectoras, que les interesa mucho la teoría y práctica de la llamada «Doctrina Social de la Iglesia». A esas personas tan religiosas, recuerdo que el Cardenal Peter K.A. Turkson, en el Prólogo del Manual de Doctrina Social de la Iglesia, de Martin Schlag, escribe: «La fe sin caridad no tiene vida».

A las fundaciones, el gran civilista, don Federico de Castro, en su libro Temas de Derecho Civil (1972) llamó «entelequias», de interés general, para el bien de los comunes, y sin tener, por supuesto, las entelequias, ánimo de lucro (ni siquiera las bancarias…). Eso no equivale a decir que sus dirigentes o patronos carezcan de tal ánimo. Al mucho afán lucrativo puede venir muy bien el alardear ser hombres o mujeres felices, ser filántropos o filántropas, y con la plena certeza de que hay mucho idiota de paseo por los «bombés». Por eso es tan interesante la filantropía y lo filantrópico.

Un escritor humilde dejo dicho: «Todo el que escribe es un petulante». No sé si eso es así o no, teniendo en cuenta que «petulancia», según los diccionarios, es una vana y exagerada presunción. Pero si el que escribe pregunta, y pregunta a un político, la acusación de petulancia es acertada: es una presunción y boba. Es tan de tonto (este escritor no puede ser excepción) como preguntarse en el inmenso desierto del Sahara, con mucha necesidad de agua y viendo pasar camellos, por qué estos animales, siendo tan grandes, tienen el rabo tan corto.

Dicho lo antecedente, pregunto al presidencial órgano, don Adrián Barbón, enterado del contenido del Decreto 67/2023, de 11 de agosto, sobre la estructura de los órganos de la Presidencia del Principado de Asturias, lo siguiente, que separo:

A.- Antecedente:

En la Exposición que se puede ver en el Museo de Bellas Artes de Asturias, titulada La lírica del informalismo, dedicada al pintor gijonés Antonio Suárez, un cuadro de él, de 1961, un óleo sobre lienzo, fechado y firmado por el pintor en el ángulo inferior derecho del cuadro (Suárez 61), con el título de Pintura, se añade: «Fundación Unicaja Banco». Y añado que ese mismo cuadro se exhibió en exposiciones, en los años noventa del siglo XX, dentro de la Colección de la Llamada entonces «Caja de Asturias».

B.- Pregunta:

¿Sabe el presidente, velador y valedor del patrimonio de los asturianos, qué cuadros, provenientes de la extinguida Caja de Ahorros de Asturias y de su colección pictórica, pertenecen en la actualidad a la Fundación asturiana «Cajastur» y qué cuadros son de la Fundación malagueña «Unicaja Banco» o del Banco del mismo nombre?

Ya sabemos quién es Pinín, nombre que agrupa a los asturianos, también «pininos», y el silencio o respuesta de don Adrián Barbón, servirá para que los asturianos sepamos a quién, en adelante, llamar Pinón o a quién llamar Telva.

Y para concluir, antes del continuará el próximo domingo, hago un reconocimiento al importante artículo, de don Luís Feás, de lectura muy recomendable, publicado en Nortes, el 19 de febrero de 2021, titulado: «Sólo la declaración BIC puede salvar la colección de arte de Cajastur».

Continuará.


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