La Voz de Asturias

La fuerza del silencio: cuando los mineros desafiaron a Franco

Asturias

G. GUITER
Mineros del pozo Santiago (Aller, Asturias), acompañados por un guardia civil durante las huelgas de 1962

Se cumplen 60 años del fin de la «Huelgona» de 1962, que se propagó por España, llegó a poner en jaque al régimen y perjudicó su imagen exterior

18 Sep 2022. Actualizado a las 05:00 h.

Desde mucho antes de la Guerra Civil, en las cuencas ardía lentamente un rescoldo que, pese a la propaganda oficial, nunca se apagó durante la dictadura. Y ese rescoldo prendió con fuerza desde las minas hace 60 años en lo que se dio en llamar la Huelgona o la huelga del silencio, por el carácter pacífico de la movilización. Silenciosa, pero no resignada.

El historiador Benjamín Gutiérrez, estudioso de las huelgas de 1962, explica lo que a su juicio es una clave de esa protesta: «Se suele decir que se perdió el miedo, y no es cierto, existía ek miedo a las detenciones, a los destierros y a las torturas que se produjeron. La gran diferencia es que la gente se dio cuenta de que no estaba sola». Ese sentimiento de solidaridad, con gran papel de las mujeres, como Anita Sirgo o Tina Pérez, fue su alimento moral.

Los detenidos y los deportados sabían, dice Gutiérrez, que sus compañeros luchaban en Asturias para que se les devolviese el puesto. «Cuando estaba en comisaría de Sama y le dan una paliza, José el Gallego entrega unos pañuelos ensangrentados a su mujer para que los llevara al pozo. Le han pegado, pero él sabe que no está solo», y el mensaje cala.

Cuando en las casas se sintoniza Radio Pirenaica (emisora clandestina del PCE) y las crónicas de Amapola asturiana de pura cepa, seudónimo de la langreana Tina Marrón, «están escuchando lo que pasa en la cuenca, pero saben que también lo escuchan en toda España y en todo el Mundo». Saber que no estaban solos les dio fuerza y ánimo.

La chispa

El 7 de abril, la llama se prendía en el pozo Nicolasa de Mieres. La clave del asunto no es política, sino social y salarial. El descontento, la demanda de mejoras económicas y las sempiternas condiciones penosas de trabajo fueron el caldo de cultivo.

Gutiérrez cuenta un testimonio directo: «Mi padrino me contó que, siendo un joven minero en La Camocha, un día al llegar a la casa de aseos, se encontró con que todo el mundo estaba sentado, nadie se vestía para ir a trabajar. Todos quietos y la ropa colgada, sin que nadie la bajase de las perchas para cambiarse, todos sin prisa sin el bullicio habitual. No entendía qué pasaba y por qué todos estaban en ese silencio y él, como el resto, hizo lo mismo. Todos dependían unos de otros en un trabajo en equipo». Comenzaba la huelga silenciosa.

Las autoridades estaban desconcertadas. Temían que la rebeldía se extendiera y pretendieron apagar el fuego echando gasolina: despidiendo a los huelguistas. «Fueron ellos quienes politizaron la protesta, juzgando en tribunales militares a trabajadores corrientes», dice Gutiérrez.

La medida hizo que, de inmediato, el pozo Barredo y la mina Corujas se sumaran a la protesta. Después fueron la mina Tres Amigos, el pozo San José y el pozo Santa Bárbara, y de ahí, como un reguero por las cuencas: se propaga el lanzamiento de granos de maíz por las chimeneas (para llamar gallinas y avergonzar a los esquiroles).

La gente sabía que había paro porque el Nalón no bajaba negro

La censura intentaba evitar la propagación de la noticia, pero como cuenta Benjamín Gutiérrez, había que interpretar las señales: «Miraban si el río Nalón bajaba negro, si no era así, significaba que los lavaderos de más arriba de Langreo no estaban funcionando y había paro. Entonces, la policía se dio cuenta y echaba tierra para intentar engañarlos».

El historiador Ramón García Piñeiro, autor de varios libros sobre la resistencia antifranquista, hace una excelente y detallada cronología de los hechos que publica la web de la Fundación Juan Muñiz Zapico (La huelga del silencio).

En ella señala que, durante el mes de abril, la protesta y el malestar crecieron, aunque no se producían altercados ni violencia. Esto parecía desarmar a los mandos policiales y políticos. «Otros colectivos comenzaron a adoptar posturas de fuerza», animados por la protesta minera, como los trabajadores portuarios de Avilés.

Hacia finales de abril, de remitir, la situación se endurece. Ya son 20.000 trabajadores los implicados y las autoridades decretan el cierre de pozos para impedir encierros, al tiempo que se intensifica la presencia policial y las detenciones. La huelga se extiende desde las cuencas a La Camocha, Lláscaras, Pumarabule, Olloniego o Tudela Veguín, entre otras muchas, hasta llegar hasta los 70.000 mineros según algunas fuentes. También pararon los metalúrgicos y los operarios de otra minería como la de mercurio.

Para principios de mayo, la Huelgona «transcendía ya el ámbito nacional», según García Piñeiro. Las familias lo estaban pasando mal y la presión económica hace mella, por lo que surgen partidarios de aceptar la vuelta al trabajo bajo la promesa de negociar las condiciones salariales. Pero otros «no están dispuestos a doblegarse ante la fuerza policial» y siguen con la protesta.

La situación se había extendido a numerosos centros de trabajo de todo el sector industrial: cerveceras, vidrio, porcelana, astilleros, construcción… todos reclaman mejoras salariales. Avanzaba el mes de mayo y la situación pintaba mal para el régimen. Tras siete semanas de huelga, el conflicto no parecía tener una solución cercana y Franco teme una politización que amenace la estabilidad de la dictadura.

 Cumplidos los dos meses de huelga, los mineros volvieron al trabajo a principios del mes de junio de 1962. El balance fue de 356 detenidos y una tensión latente, un conflicto que no se había acabado de resolver, la etapa de mayor "insolencia e indisciplina laboral de la historia de la minería española", según dijo entonces la patronal.

¿Fin del incendio?

Un cierre en falso producirá una segunda oleada a mediados del mes de agosto, de nuevo partiendo de las cuencas mineras. Tras mucha actividad represiva, despidos, deportaciones y detenciones, no será hasta la primera semana de septiembre que se normalizará, si se puede llamar así, la actividad. Como conclusión, dice García Piñeiro, «en el telón de la emblemática huelga de 1962 se bordaron los sentimientos de la derrota y el desánimo. No obstante, se había roto un tabú y quedaba el campo roturado y sembrado para nuevas y más intensas movilizaciones».

Para Benjamín Gutiérrez, el Régimen se vio obligado a prometer mejoras que luego incumplió o no cumplió del todo, lo que motivó nuevas oleadas de protesta. Pero sí hubo un cambio fundamental, en el que lo político era -en principio- secundario: el germen de una sociedad que ya no se conformaba, que reclamaba justicia.


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