El doble «asesinato» de Clarín
Asturias
El escritor Ricardo Labra desvela claves sobre el trato despiadado que durante décadas recibió en Oviedo el autor de La Regenta
24 Apr 2022. Actualizado a las 05:00 h.
En la mañana del 13 de junio de 1901 moría Leopoldo Alas Clarín en Oviedo. Tenía solo 49 años, pero su vida intelectual había sido muy intensa: le dio tiempo no solo a escribir la que se considera una cumbre literaria española del siglo XIX, su novela La Regenta, sino también innumerables artículos, ensayos, cuentos y otras obras de gran calidad.
La publicación de La Regenta en 1884-85 constituye un hito en la historia de la literatura, pero también en la vida de Clarín: lo que debería haber sido aclamación y orgullo se tornó en un silencio despiadado, rencoroso, cuando no en furibundos ataques. ¿Cuál fue la causa de tanta hostilidad?
El escritor Ricardo Labra (Langreo, 1958) ha realizado un minucioso análisis que se ha materializado en el libro que acaba de publicar, El caso Alas Clarín. La memoria y el canon literario (Ed. Luna de Abajo), donde desvela lo que a su juicio fue un terrible golpe para Alas del que, tal vez, no se pudo recuperar.
No se trata exactamente de una biografía, explica Labra, sino más bien de «una investigación rigurosa hecha desde la pasión» y con un objetivo: desvelar el motivo de «un caso único, en el que una gran obra maestra no entra en el canon literario hasta los años 60», es decir, 80 años después de su publicación. «Sometieron a Clarín a una auténtica damnatio memoriae, y yo quería saber por qué», dice.
Y esa condena de la memoria de sus coetáneos, ese castigo infame que se prolongó durante décadas, conllevó durísimos ataques hacia La Regenta, hacia el nombre del autor e incluso hacia su imagen en forma de busto. Consecuencia del rencor, asegura Labra, fue también el asesinato de su hijo durante la Guerra Civil, el rector Leopoldo Alas.
Cuando Labra aborda su Caso Alas, se encuentra con una cantidad abrumadora de literatura en torno al autor, pero no con una respuesta. Para ello tendrá que volver a beber de todas las fuentes conocidas y de algunas que aún no se habían desvelado.
Orgullo de poderosos
Pero volvamos al núcleo de la cuestión. La Vetusta que retrata La Regenta, explica Labra, es el Oviedo «levítico» que se apoya en tres pilares: La Iglesia, la universidad y el ayuntamiento. Son los estamentos que dominan la vida pública con puño de hierro y que articulan una clase social compacta y acorazada.
Los hechos que se narran en la novela revelan el carácter reaccionario de la ciudad, que tal vez se ve expuesta. De modo, escribe Ricardo Labra, que «los ovetenses tardaron muchas décadas en poder asumir el daguerrotipo de su ciudad (…). El nombre de Alas Clarín se asoció, desde entonces en Oviedo, de manera maniquea, con el anticlericalismo y el republicanismo radical».
El contexto histórico, desde los problemas de la monarquía, pasando por la dictadura de Primo de Rivera, la guerra y hasta el franquismo, no favoreció precisamente el reconocimiento de la obra. En su labor periodística, Clarín había soliviantado a unos y a otros, armado con su acerada inteligencia. Tampoco esto se lo perdonaron.
¿Dónde está, por tanto, la clave? En la absoluta libertad de pensamiento del escritor. El clero, encabezado por el obispo Martínez Vigil, se siente atacado y reacciona, colérico. La burguesía ovetense calla, humillada al verse reflejada en la obra. El aristócrata conde de Toreno, Queipo de Llano, insiste en expusarlo del mapa docente.
Objetivo: borrar la memoria
Uno de los episodios que Labra considera más representativo de su tesis es la intrahistoria del monumento a Clarín en el Campo San Francisco, el corazón verde de la ciudad. En 1917, la obra del zamorano «pasaba por su periodo de olvido más extremo». Un grupo de tertulianos liberales apodado La Claraboya quiere reivindicar la memoria del gran escritor, pero esto no pasa de ser una iniciativa minoritaria.
Se encarga a Víctor Hevia Granda el busto, con quien colabora Manuel Álvarez Laviada. El entusiasmo de La Claraboya choca con el ostracismo cruel al que había sido sometido el homenajeado; de hecho, no sería hasta 1931 cuando, por fin, se inaugura el monumento. Y se convierte en un símbolo «incómodo para las fuerzas más retrógradas de la ciudad» que va en aumento hasta «adquirir ribetes de manifiesta hostilidad durante el cerco a Oviedo. Había llegado la hora de saldar las viejas cuentas que los recalcitrantes ovetenses tenían con su develador en letra impresa», dice Labra.
En la turbulencia salvaje de la guerra, tras el fusilamiento del rector Alas por parte de los sublevados, un grupo de jóvenes haters, «transmutados en decididos falangistas, del más viejo y rancio Oviedo» consuma el atentado a su imagen. Es un orden cronológico importante, revela Labra, ya que la propia familia siempre pensó que había sido al revés: «Muerto el rector, la vejación y la destrucción del monumento no deja de ser otra forma de ajusticiamiento póstumo, una damnatio memoriae sumida en un ritual atroz y bufo».
Labra cita a Claret para describir la «astracanada inmunda»: los jóvenes ataviados con sus camisas azules, correajes y pistolas (hay quien afirma que no eran falangistas, sino otro sector ultracatólico), colocan una cabeza de burro con grandes orejas sobre el busto y, tras fotografiarse con él, lo destruyen. Se había consumado un «doble asesinato simbólico» de Clarín: primero, en la persona de su hijo, después, contra su memoria.
A Oviedo le costaría muchas décadas cerrar estas heridas y abrirse al reconocimiento al enorme literato. Y aún así, dice Labra, con muchas reticencias, con olas de rechazo que llegan, atenuadas, hasta la actualidad. Por citar solo un ejemplo, «¿por qué en Oviedo, que está lleno de placas y esculturas, no hay nada que recuerde el número 34 de la calle Uría, donde se escribió La Regenta? Esta es una ciudad milenaria que conserva el torno con el que modela a sus personajes». En algunos aspectos, se lamenta, Vetusta no ha cambiado tanto en casi un siglo y medio.