Viaje a la Antártida: la gran aventura que partió de Asturias
Asturias
Este año se cumplen cuatro décadas de la primera expedición española al polo sur, que zarpó del puerto de Candás con asturianos a bordo
29 Jan 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Este año se cumplirán cuatro décadas de una gran aventura que partió de Asturias hacia el continente helado de la Antártida. Fue el viaje de la goleta Idus de Marzo, la primera expedición española hacia el polo sur. A bordo, en la partida iba al frente el capitán y armador Javier Babé, secundado por el asturiano Santiago Martínez Cañedo (que falleció en 2010), también armador y capitán de la marina mercante.
La goleta de tres palos y 32 metros de eslora, construida en los astilleros Armón de San Juan de Nieva, llevaba dos motores diésel, navegaba con ocho tripulantes y podía albergar un pasaje de 16 personas.
Zarpó en diciembre de 1982 del puerto de Candás con el capitán y ocho tripulantes a bordo. Era una bonita estampa casi invernal para Asturias, ya que el barco debía llegar en el verano austral y así evitar las temperaturas extremas. A bordo viajaban como tripulantes, junto a Babé y Cañedo, Sotero Gutiérrez (jefe de máquinas), Xurxo Gómez (contramaestre), Josu Otazúa (cocinero), Fernando Cayuela (marinero), José María Garcés (marinero) y Diego Garcés (marinero).
El capitán Babé hace una narración detallada que se puede leer en la página de la Sociedad Geográfica Española. Saliendo de Candás, cuenta Babé, el mar «recibió a la Idus de Marzo con un fuerte temporal del oeste, que por lo menos sirvió para comprobar que el barco aguantaba muy bien los malos tiempos». Después de pasar por Vigo y tras una corta escala en Canarias, se hicieron a la mar con vientos fuertes que les permitieron navegar rápido y comprobar la solidez del velamen.
Aguas bravas
A medida que navegaban hacia el sur, dejaron atrás «la luminosidad tropical y las suaves temperaturas del final del verano de Mar del Plata. Con cielos grises y tristones y un mar plomizo de frío aspecto pasamos hacia el sur los cuarenta rugientes» y a continuación los cincuenta ululantes, sin que en esta ocasión justificaran su mala fama». La tripulación tiene que empezar a abrigarse, pues los fríos polares ya empiezan a imponer su presencia.
Cuando se aproximaban al estrecho de Magallanes, recibieron un golpe a su moral: se les dice que se suspende el programa científico. Aún así deciden continuar, «aunque vayamos nosotros solos comiendo bocadillos. Estábamos ya demasiado involucrados, tanto a nivel personal como económico, para que hubiera marcha atrás». Por suerte, su principal patrocinador, Guillermo Cryns, les avala y ya les espera en Punta Arenas con el nuevo equipo: Además del propio Cryns, presidente de la asociación Españoles en la Antártida, los biólogos Joaquín Mariño y Guillermo Díaz, el médico Vicente Manglano, el ornitólogo Fernando Rodríguez, el alpinista Félix Sorli, los militares Jaime Ribes y Juan Carlos Tuñón y los periodistas José Castedo, Antonio Guerra y Ángel Villarías.
El día 26 de febrero zarpan hacia Puerto Williams, la población más meridional del planeta, asentada en la Tierra del Fuego chilena. «Un total de 23 personas, entre tripulantes y expedicionarios, viajaban hacia los hielos del sur en la goleta Idus de Marzo…»
La belleza de la travesía por los canales de la Tierra del Fuego los deja maravillados: «Altas montañas de cumbres nevadas, vegetación tan tupida que parece impenetrable, recogidas caletas en donde la superficie del agua es un espejo, majestuosos glaciares…» y ni un alma, solo paisajes estremecedores.
Naturaleza salvaje
La belleza no puede distraerlos. Toda la tripulación está atenta a las cambiantes condiciones de su singladura: «Las fuertes corrientes, los vientos canalizados que bajan por los valles o los frecuentes willy-goes (pequeños tornados de gran intensidad), los cambios climatológicos instantáneos (…) Como gran ventaja se puede contar con una mar perfectamente llana en los canales; aun cuando los furiosos vientos convierten el agua en una superficie blanca, no llega a formarse oleaje». Arriban a Puerto Williams el 27 de febrero, desde donde partirán definitivamente a la tierra helada.
La placidez de la mar llana del canal de Beagle fue dando paso a un fuerte oleaje «que nos indicaba la entrada a mar abierto donde el Pacífico y el Atlántico se funden en una zona considerada por los marinos de todos los tiempos -y no sin razón- como la más peligrosa del Globo para la navegación».
Finalmente, dejan atrás el temido cabo de Hornos. «Navegábamos ya en el paso de Drake (…) donde los vientos y las corrientes que continuamente circunvalan el continente antártico se aceleran hasta formar temporales de una violencia increíble». Les vienen a la memoria las dificultades de los navegantes durante siglos en estas aguas revueltas y peligrosas.
El hielo empieza a ser una preocupación, «pero no los icebergs que, con su gran altura y volumen, son fáciles de ver y evitar, sino los trozos más pequeños» que pueden pesar cientos de toneladas y pasan a menudo inadvertidos a simple vista, lo que les obliga a navegar lentamente. Los días se acortan y la temperatura empieza a bajar de cero.
«Junto con la total soledad de esos mares vacíos, esto creaba una sensación de irrealidad de difícil explicación», un mundo de ensoñación, reflexiona el capitán. Las ventiscas de nieve comenzaron a ser frecuentes y esto dificulta mucho la vigilancia, especialmente en las tres o cuatro horas de máxima oscuridad.
El momento más peligroso
En la tarde del día 4 de marzo llegaron a las islas Shetland del Sur, ya en la Antártida. «Pasamos por el estrecho de Nelson (…). El paisaje, a pesar del cielo cubierto y la casi constante ventisca de nieve, era de una belleza sobrecogedora». Témpanos e increíbles acantilados helados.
Pronto se enfrentan al llamado efecto fohën, o viento catabático. «Para la Idus de Marzo supuso la primera experiencia y quizás la más preocupante de lo problemática que podía llegar a ser la navegación entre hielos». La tranquilidad se convierte en pocos minutos en «un infierno» con vientos por encima de los cien nudos. Es un momento de tensión.
«Las anclas, incapaces de aguantar el barco, comenzaron a garrear, derivando peligrosamente hacia la costa (…) Con los dos motores a toda potencia, arrastrando las cadenas, ciegos por el agua, que desprendida de la superficie nos golpeaba como si de materia sólida se tratara, dando las órdenes al timonel gritando con todas las fuerzas en su oído, sin que apenas pudiera entender las palabras, tratábamos de evitar la cercana costa». Los motores forzados al máximo, consiguen refugiarse. «Nos habíamos librado por poco y, sobre todo, aprendimos la lección».
Así pusieron rumbo a Isla Decepción. «Una vez dentro del cráter, ya muy protegidos del viento, fondeamos en Caleta Balleneros. Todos estábamos ansiosos por pisar tierra antártica y, manteniendo siempre un retén a bordo, expedicionarios y tripulantes fueron bajando a tierra».
Cada uno se centra en su especialidad científica, los rigores del viaje ya olvidados. Pero el viento comenzó a aumentar hasta adquirir fuerza de temporal, recordándoles dónde estaban, asediados por un fuerte viento durante dos días.
Cuando amainó, partieron de nuevo a la isla de Greenwich, donde son recibidos con cordialidad en la base chilena Arturo Prat para reabastecerse. «En este aspecto la Antártida se nos revelaba como un mundo de camaradería, que podría servir de ejemplo como comportamiento general de la humanidad». Continúa la exploración científica y las visitas a otras bases polares.
Los espectáculos polares, como una pingüinera formada por «un par de cientos de miles de individuos» son, para ellos imágenes que recordarán para siempre. El día 17 de marzo inician el viaje de vuelta, sanos y salvos. Satisfechos de haber culminado su gran aventura después de recorrer más de 17.000 millas (más de 31.000 kilómetros). Tocaron tierra española el puerto de Cádiz el día 9 de junio de 1983.
Años más tarde, la veterana Idus de marzo sería vendida, rebautizada como Dawn Trader y utilizada para uso turístico en Japón.