El espía nazi que fue capturado en Asturias
Asturias
La traición de un abogado español llevó a la policía hasta el escondite y luego a la entrega de Karl Arnold a los aliados
03 Jan 2021. Actualizado a las 14:22 h.
Carlos, Karlo o Karl Gustav Arnold fue un espía de los nazis en España. Era alemán, aunque hablaba perfectamente español, y pertenecía a los servicios de información del III Reich. Desde el final de la guerra figuraba entre los enemigos más buscados por los aliados. Y fue, finalmente, detenido en Asturias. Pero ¿cómo acabó la intensa carrera de ese personaje, en su momento figura importante del espionaje, en una pequeña pensión de San Juan de la Arena?
Este hombre nacido en Pforzheim en 1911, de aspecto anodino, tal como lo describen los servicios secretos aliados, más bien bajo, «de constitución gruesa, cara redonda, cabello rubio y tez rubicunda con marcas de viruela» fue uno de los peces gordos del espionaje nazi en España.
Esas mismas fuentes lo sitúan como alto cargo de los servicios secretos alemanes en Argentina hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, de ahí su conocimiento del español. Había llegado a Sudamérica hacia 1929, con tan solo 18 años de edad, y fue empleado por un empresario y miembro del NSDAP, Thilo Martens. Entusiasmado con el espejismo del resurgimiento alemán, en 1931 se apuntó a su vez al partido nazi, para el que comenzó a trabajar a lo largo de los años treinta.
Precisamente por esas actividades fue expulsado en 1940 por las autoridades argentinas, en general ferozmente antisemitas y pronazis, pero al mismo tiempo celosas de su imagen ante las potencias europeas aliadas en el conflicto mundial. Tras residir en varios países, llega a Madrid en el verano de 1942 y trabaja como espía bajo la cobertura de la empresa Compañía General de Lanas, con oficinas en la calle Ayala, 10 de Madrid, subsidiaria del conocido conglomerado nazi en España, Sofindus.
Aquí sirve como enlace de Alemania con agentes de Sudamérica y España y su jefe es Siegfried Becker. El intrincado sistema de traslado de mensajes y objetos que ideó fue tan eficaz que le permitió hacer llegar a Buenos Aires no menos de tres de las célebres máquinas de cifrado Enigma, dos de las cuales las llevó personalmente hasta Santander.
Su vida en la capital española es cómoda, incluidas las comidas en el célebre restaurante Horcher. Pero llega la derrota de Alemania en mayo de 1945 y Arnold se ve obligado a cerrar su negociado. Debido a la presión de los aliados sobre Franco, los espías alemanes de nivel medio empiezan a resultar molestos para el régimen. No obstante, otros criminales nazis más conspicuos como Skorzeny, Degrelle o Pattist nunca fueron molestados en España. Sea como fuere, es detenido en junio de 1945 con la excusa de tráfico de divisas (poseía gran cantidad de libras esterlinas) y trasladado a la DGS y luego a la prisión de Carabanchel.
Acosado por la avaricia
En su posterior confesión ante los americanos, Karl Arnold se quejaría con amargura de la extendida corrupción de las autoridades españolas. Durante la liquidación de la organización, recurrió al abogado Antonio Helguero Valcárcel, quien lo visitó en compañía del policía Fernández Rivas. Se ofrecieron a conseguir que Arnold y su colega Martin Meywald salieran de la cárcel por 50.000 Pesetas, 25.000 cada uno, y el prisionero accedió a pagar esa suma. Meywald era un viejo conocido de Arnold que pertenecía también a la Sicherheitsdienst (SD) -Seguridad Exterior-, organización que espiaba en países aliados o neutrales.
En efecto, en octubre de 1945 Helguero depositó la fianza y Arnold a su vez le dio lo convenido y tuvo que añadir su automóvil Opel y más dinero «para disponer del privilegio de no tener que presentarse cada quince días ante la policía».
«Cuando los aliados empezaron a pedir a los españoles que entregaran a Arnold para su repatriación, Helguero le ofreció documentos de identidad falsos», explica Meyer. Pagando, naturalmente. El prisionero aceptó, eligió el nombre Carlos Alonso Kleibel; el nombre y primer apellido para concordar con las iniciales en su ropa (ya se hacía llamar Carlos Arnold) y el segundo para simular una madre suiza que justificara su apariencia germánica.
Según revela Eliah Meyer en The Factual List of Nazis Protected by Spain (la auténtica fuente de casi todo lo que se ha publicado sobre este tema, un libro muy prolijo basado en los informes de la CIA) desde el final de la guerra, Arnold «había vivido escondiéndose continuamente, ganando un poco de dinero con traducciones del alemán al español (…). Renunció a casi todo contacto con los alemanes y durante semanas ni siquiera salió a la calle».
Hay que recordar que los juicios de Nüremberg contra los criminales nazis estaban en pleno proceso, entre mayo de 1945 y octubre de 1946. Tal vez no fuera su caso, pero americanos e ingleses buscaban afanosamente a todos los espías que les pudieran aportar información tanto sobre posibles redes activas (y aprovechables) como sobre otros nazis perseguidos por crímenes contra la humanidad. Era, parece, el objetivo de los interrogatorios.
El escondite asturiano
Se estrecha el cerco. En esas fechas, durante el verano de 1946, «se decidió por un cambio de escenario, con la esperanza de salir un poco al aire libre y gastar menos dinero. Se trasladó así lo más secretamente posible a San Juan de la Arena, en Asturias», explica Meyer. Se escondía en la pensión Casa Tona, un lugar muy discreto (aún existe un hostal con el mismo nombre), muy cerca del puerto.
En Asturias, Arnold pasa todo el verano disfrutando de su anonimato y de la playa de los Quebrantos, hasta que la policía lo encuentra en su escondite. El 18 de agosto es detenido y trasladado en avión a Madrid. Fue delatado. De hecho, asegura el historiador, solo dos madrileños -Álvarez Lara y Helguero Valcárcel- conocían el paradero del alemán, «y el preso supo posteriormente por la policía que había sido Helguero quien lo había traicionado (…) «El prisionero estaba seguro de que ambos ganaron más dinero por decirle a la policía todo lo que sabían; Arnold declaró que no le habría sorprendido lo más mínimo que hubieran llamado también a la puerta de las embajadas estadounidense y británica para ver qué podían sacar».
En opinión del espía, añade, las detenciones de Max Schneemann, Karla Bandt y Martin Meywald, así como la suya propia, probablemente se debieron al lucrativo negocio de los informantes. Schneemann era un subordinado suyo (demasiado aficionado a la bebida y poco fiable por lo que pudo delatarse él mismo), mientras que Karla Bandt era más valiosa: había ejercido como secretaria nada menos que del jefe de la Gestapo en España, Heinrich Brauer.
Traición, suicidio y extradición
Helguero y Fernández Rivas habían estado exprimiendo a Arnold, «chantajeándolo hasta que se dieron cuenta de que la fuente estaba seca». Fue entonces cuando revelaron a la policía su falsa identidad. Como un último favor, Rivas reveló al espía que iba a ser extraditado junto a los demás.
«Arnold había cenado bien esa noche (los reclusos podían pedir comida fuera) y todavía tenía un litro de vino y alrededor de un cuarto de botella de coñac. También tenía una docena de somníferos Luminal y una de las diminutas cápsulas de veneno del tipo que usó Himmler para suicidarse: esta última la llevaba siempre consigo», cuenta Eliah Meyer.
Temeroso de una larguísima temporada en una cárcel alemana, «se sentó con las dos botellas y comenzó metódicamente a tomar las tabletas, con una copa o dos de vino y coñac entre cada una». Tomó una docena entera antes de perder el conocimiento. A la mañana siguiente, los guardias de la prisión lo encontraron en estado de coma y comenzaron a tratarlo. Primero le extrajeron el contenido del estómago, luego le dieron baños fríos y «muchas inyecciones; le dolió el brazo durante días», según declaró ante los americanos.
Sobrevivió y no evitó el viaje. Cuando volvió en sí, estaba en Alemania. Su cápsula de veneno, que no había tomado, había desaparecido junto con su pluma estilográfica, dinero y otras propiedades personales. Hasta ahí, incluso, llegaba la rapiña de los funcionarios.
La noticia de la detención de Arnold tuvo repercusión internacional. Incluso diarios de países tan distantes -aunque muy implicados en la Guerra- como el Ashburton Guardian de Nueva Zelanda publicaba el 24 de agosto que el espía nazi había sido deportado con otros 14 alemanes a Frankfurt. Y mencionaba a Brand, la exsecretaria del jefe de la Gestapo en España y a Heinrich Brauer, buscado en Inglaterra, Francia y Belgica. También añadía a otro pez gordo, Walter Mosig.
Wendell Blancke, el oficial del Servicio Exterior de Estados Unidos que lo interrogó 14 días, entre septiembre y noviembre de 1946, concluyó que Karl Gustav Arnold era un «idealista que creía en el nacionalsocialismo». Como aspecto curioso, consta que las conversaciones se desarrollaron en español, ya que en este idioma se desenvolvía mejor que en el suyo materno. Blancke también manifestó que el prisionero «poseía un grado de sentido común y de objetividad realista raramente encontrado entre los nazis convencidos y tenía talento para la organización».
Como no fue acusado por delitos de sangre cometidos personalmente, es más que probable que cumpliera un tiempo de cárcel y luego fuera liberado. No debe confundirse con otro Karl Arnold contemporáneo que fue político de la Alemania democrática en el SPD.
No consta que volviera a España. Es difícil, dada su experiencia con las autoridades franquistas, pero puede, incluso, que volviera a su querida Argentina, donde está extensamente documentado que el peronismo y sucesivos gobiernos no tuvieron ningún problema en acoger a una gran colonia de nazis prófugos después de la guerra. Casi todos vivieron toda su vida en paz (Eichmann no fue uno de ellos) y muchos en prosperidad, hasta hoy.