La Voz de Asturias

Aguinalderos, guirrios y sidros: tradiciones asturianas de año nuevo

Asturias

E. G. Bandera Redaccion
Niños piden el aguinaldo en 1930 en Cereceda (Piloña). La fotografía fue cedida por la Asociación de Amigos del Pueblo de Robledo de Cereceda al archivo de la Memoria Digital de Asturias

Pedir el aguinaldo con canciones y con mascaradas similares a las del Antroxu era la costumbre ancestral más popular en las navidades de los pueblos de Asturias

01 Jan 2021. Actualizado a las 07:16 h.

«Estas puertas son de pino que aquí vive un gran vecino, que nos dará de aguinaldo libra y media de tocino. Estas puertas son de hierro que aquí vive un caballero, que nos dará el aguinaldo para el año nuevo». Esta es una de las canciones que antaño entonaban los mozos en los pueblos asturianos yendo de casa en casa para pedir el aguinaldo. Según el pueblo, podía ser en la víspera de año nuevo, el primer día del año o en Reyes. «Aquí nos tiene usted todos derrotados, unos de madreñes, otros sin zapatos. Por el aguinaldo, señora, cantamos, que tenemos frío y estamos mojados, la barriga floja porque no almorzamos», dice otra de aquellas canciones, recogida por Aurelio de Llano en Del folklore asturiano: mitos, supersticiones, costumbres, una obra publicada en 1922 en la que recopiló buena parte de la cultura popular que se había transmitido de generación en generación en las aldeas de Asturias.

«Estas xácaras demuestran la pobreza del pueblo de los pastorcitos que, en medio de la soledad augusta de la montaña, a la orilla de un lago poético, me facilitaron interesantes datos folklóricos», escribía, tras un encuentro casual con dos pequeños pastores en 1921, a orillas del lago de Ajo en Somiedo, que le contaron cómo pedían el aguinaldo en invierno. «En los pueblos orientales y entre ellos Caravia, los rapaces, el día de San Silvestre por la noche, provistos de palos y un saco para recoger las castañas que les den, se acercan a la puerta de una casa y uno de ellos llama y dice: ‘A estas puertas llegamos último día del año y aquí venimos, señores a pedir el aguinaldo’. Cuando acaban de pedir el aguinaldo, a eso de las diez de la noche, en casa de un vecino cuecen las castañas en el horno y obsequian con ellas y con sidra a las mocitas que se reúnen allí», relata De Llano.

«En San Juan de Ponga, los mozos piden el aguinaldo el día primero de año. Van montados en caballos enjaezados precedidos del guirria, un joven vestido de pieles que en la mano lleva una fardela (saquita) con ceniza», continúa el folklorista, que explica que recibían tocino, chorizos, pan, dinero o castañas. «En Obona, concejo de Tineo, los mozos piden el aguinaldo vestidos de personaje de una comedia que representarían antiguamente, como se representó en otros concejos», prosigue De Llano, que explica que en esa mascarada no faltaban el galán, la dama, el soldado, el médico, los chabasqueiros -dos mozos con escobas-, un ciego con su criado, otro mozo con la vejiga y un muñeco como recién nacido.

«El galán y la dama bailan y cantan. El soldado vigila. El ciego pide y el criado guarda el dinero. El médico cura a los enfermos que se le presentan, al muñeco lo tiran al alto y el de la vejiga separa a la gente a vejigazos», explica De Llano. A la primera casa a la que se iba a pedir el aguinaldo era a la del párroco y, tras el recorrido, se obtenían chorizos, carne, habas, morcillas, longaniza y dinero, «con lo que hacen varias comidas y están dos o tres días de broma».

El cuento del lobo de la calza

En Pola de Allande, cuenta De Llano que los mozos pedían el aguinaldo disfrazados con ropa vieja y cencerros colgando de la cintura. Uno iba siempre vestido de mula. O de otro animal, como el lobo de la calza. «Estas representaciones de disfraces de animales son costumbre de muchos pueblos, en algunos se disfrazan de lobo porque una vez un padre tenía un hijo muy comedor de carne y un día de carnaval le dijo: ‘Que lobo te vuelvas por siete años para ver si te hartas de carne’. El hijo, al oír la maldición, pegó un brinco y salió corriendo por el monte. Allí, se quitó la ropa, se revolcó en el polvo y convirtióse en un lobo, pero se le olvidó quitarse una calza por lo cual los cazadores le llamaban el lobo de la calza».

A De Llano este cuento se lo relató en 1921 un vecino de la parroquia de Ormaleo, en Ibias: «Los lobos de la comarca no lo querían porque no les dejaba matar ganado; con esto favorecía mucho a los vecinos, él lo pasaba mal porque le hacía daño la carne caliente, tenía que esperar a que se enfriara. A los siete años se revolcó en el polvo y se volvió hombre».

Precisamente en San Antolín de Ibias, los mozos pedían el aguinaldo la víspera de Reyes y con lo que les daban hacían una comida y un baile con las mozas del pueblo. En sus representaciones no faltaban personajes como un valenciano y una valenciana -«pero sin ir vestidos con el traje de la región»-, un maragato y una maragata, un soldado, una madama, una cardadora, «uno que lleva el rodalo al hombro, otro disfrazado con la piel de una oveja blanca que lleva el basoiro (escoba) y uno que golpea a la gente con la vejiga». Las mujeres participaban del festín o ayudando en la preparación de los disfraces de estas mascaradas, no en las representaciones. 

Cencerros a la cintura

En los concejos de Lena, Siero, Mieres y Langreo el aguinaldo se pedía el día de Reyes y lo hacían los guirrios. En Lena, según De Llano, «van seis u ocho jóvenes vestidos de blanco y llevan antifaz, cubren la cabeza con una toca puntiaguda adornada con cintas y campanillas pequeñas y van abriendo marcha dando saltos con la ayuda de palos». Detrás iban los esterones, «llamados así porque llevan una especie de casulla hecha con estera nueva», que llevaban colgados de la cintura «unos cuantos cencerros grandes» y «en la cabeza un pañuelo colocado al estilo de los aragoneses antifaces y palos para saltar».

La comitiva, al son de la gaita, el tambor y los cencerros de los esterones, la cerraba la cuadrilla, en la que cada uno iba vestido en función del papel que representaban en la comedia, pero también siempre había un galán y una madama y, en ocasiones, uno disfrazado de oso. «Cuando se encuentran el bando de una parroquia con el de otra, los guirrios se saludan dando grandes saltos unos delante de otros y, mientras tanto, entre los esterones de una y otra parte se establece una lucha de costado empujándose unos a otros con los hombros por lo cual los cencerros producen un gran ruido. Cuando llega el momento los guirrios y los esterones forman un círculo en el que la cuadrilla representa la comedia y, al final, comienzan todos a pedir», relata De Llano. El galán era el encargado de mantener el orden y guardar lo recaudado.

El grano y el dinero, para el cura

En la publicación Fiestas de Asturias (Eloy Gómez Pellón y Gema Coma González, 1985), se menciona también que la mascarada de Pola de Lena, al menos hasta 1912, había sido la más duradera y que a los esterones, según De Llano, que iban detrás del guirrio se les llamaba zamarrones. La comparsa, según estos autores, se llamaba precisamente zamarronada y, detrás de estos personajes, iban los vexigueros, que en vez de varas llevaban látigos con vejigas de tamaños diferentes con las que atizaban a quienes se cruzaban con ellos durante la representación.

Tampoco faltaban la aguilandera, la cardona y la cenicera, que era la que esparcía ceniza «con todas sus fuerzas» entre el público. En Grandas de Salime, según De Llano, los mozos pedían para las ánimas la víspera de reyes por la noche cantando una tonada, recibiendo granos, dinero, carne y vino. El grano y el dinero, se lo entregaban al cura y se quedaban con el vino y la carne.

En Fiestas de Asturias se explica que Navidad, San Silvestre y Reyes eran los tres días preferidos por los jóvenes asturianos para hacer estas «graciosas» actuaciones «tan peculiares como los nombres que recibían según los lugares». Y citan, aparte de los sidros y zamarrones de Lena, a los sidros en Siero y Nava, al guirria en Ponga, a los bardancos en Caso, a los zaparrastros en Aller y a los aguilanderos en Quirós.

Prohibido ridiculizar a las «clases respetables»

Las vestimentas de Lena eran parecidas a las de los sidros de Pola de Siero y los guirrios de Bimenes. Los bardancos de Caso, a principios del siglo pasado, habían trasladado esta fiesta que siempre celebraban en Reyes a principios del otoño. Se disfrazaban con sábanas blancas y la comedieta que representaban estaba protagonizada por un matrimonio «extravagante».

Los aguilanderos de Quirós, por su parte, la representaban en la noche de Reyes y el plantel de actores estaba formado por Blancón con su escoba, el afilador, el médico, el boticario, el diablo, el cenicero y el recaudador. Algo de irreverentes debían tener estas comparsas, como debe ser en todo caso, porque en las ordenanzas de Quirós de 1902 se prohibía expresamente a sus participantes que vistieran trajes que pudieran «ridiculizar a las clases respetables».

Recuperadas con gran éxito

Todas estas tradiciones se fueron perdiendo a lo largo del siglo XX. Los autores de Fiestas de Asturias, publicada a mediados de los 80, sí mencionaban que entonces había «todavía un gran número de pueblos asturianos» que las mantenían. Por ejemplo, San Juan de Beleño, con el guirria o «individuo arlequinado» que, con la cara tapada y capucha, «va besando a las mujeres» y, si no lo consigue, las mancha con ceniza. San Juan de Beleño es precisamente uno de los pueblos que ha recuperado esta tradición tal cual, con el guirria acompañado por una importante comitiva a caballo como puede verse en este vídeo reciente.

Y si el guirria reparte ceniza si no consigue lo que pretende, en otros pueblos los aguilanderos podían lanzar improperios si los moradores de la casa en la que pedían el aguinaldo no cooperaban. Siempre con rima: «Allá arriba, en aquel monte hay un perrito cagando pa los amos de esta casa que no nos dan aguinaldo».

Además del guirria de Beleño, estas mascaradas de invierno también se han recuperado con gran éxito y afluencia -aunque ahora tengan que posponerse por la pandemia de coronavirus- con los aguilandeiros de San Xuan de Villapañada, en Grado; Os Reises del Valledor, en Allande, y Os Reises de Tormaleo, en Ibias.

¿Cuál es el origen de estas tradiciones?

En la publicación Fiestas de Asturias se explica que existe una «profunda coincidencia» de estas celebraciones populares con los ciclos agrícolas y campesinos, «que llevan a pensar en un ancestral poso». De hecho, los autores mencionan la controversia que, a partir de 1924, tuvieron dos estudiosos del folklore asturiano a propósito del origen de las costumbres de guirrios y zamarrones. Por un lado, Fausto Vigil lo atribuía a los autos sacramentales representados a partir de la Edad Media y que, al ser ritos paganos aceptados en un principio por la omnipresente Iglesia, acabaron escenificándose en las callejas de los pueblos al dejar de hacerse en los templos.

Y, por otro, el historiador Juan Uría Ríu, en un artículo sobre el origen de los sidros, consideraba que estas tradiciones debían interpretarse como derivación de otras precedentes de origen pagano, anteriores incluso a la dominación romana, «de suerte que algunos de los elementos de los sidros aparecen como de clara génesis totémica (mascarada, cuernos y pieles del disfraz)» y que la Iglesia lo que hizo fue aprovecharse de ellas para su apostolado, como se recoge en Cultura oficial e ideología en la Asturias franquista: el IDEA (Jorge Uría, 1984).

También hay que tener en cuenta, como mencionan los autores de Fiestas de Asturias, la equivalencia entre los festejos de año nuevo y el Antroxu. Una equivalencia que, según añaden, posiblemente se debe a que, hasta el año 45 antes de Cristo, el calendario romano fijaba el comienzo del año en la primera luna nueva después del deshielo invernal, que tenía lugar en el mes de marzo: «Hay además un dato revelador por sí mismo del carácter antiquísimo de estos acontecimientos. Desde la aparición misma del cristianismo, especialmente en la cuarta centuria en adelante, las mencionadas solemnidades fueron anatematizadas (o excomulgadas) y tachadas de paganas. El tema adquirió relevante importancia en regiones de tardío acomodo a la nueva religión, justamente donde se sitúa Asturias»


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