El «Rasputín» asturiano de Evita Perón
Asturias
La icónica primera dama argentina contó entre sus colaboradores más cercanos con Isaías Santín, un sindicalista republicano y masón
21 Nov 2020. Actualizado a las 05:00 h.
Verano de 1952. María Eva Duarte de Perón, la admirada Evita, de 33 años de edad, agoniza a causa de un avanzado cáncer de útero. A pocas personas, además de a su querido general, se les permite visitarla en esas horas tan amargas. Y una de ellas es el asturiano Isaías Santín, un sindicalista republicano y masón que había huido tras la Guerra Civil española. Ven películas, conversan sobre el pasado; algo sobre el presente. Del futuro seguramente nada se dice, ya que los días de Evita estaban ya muy contados.
Evita sigue siendo hoy en día uno de los iconos vigentes de la política argentina, una auténtica princesa del pueblo sin casta ni nobleza. Y también del imaginario español. Durante los escasos seis años en que reina como primera dama -con mando en plaza- del país sudamericano y en su memorable visita España en 1947, aquella mujer joven, rubia, expansiva y simpática brilló como la perfecta antagonista de la esposa casi 20 años mayor de Franco, la oscura, feúcha, y codiciosa Carmen Polo.
Curiosamente, y pese a que aquel viaje afianzó con su apoyo diplomático y económico a un régimen de Franco aislado internacionalmente, Evita contaba entre sus colaboradores más estrechos con un asturiano republicano y masón: Isaías Santín, apodado cariñosamente por ella El Gallego (en Argentina se tiende a identificar a todos los españoles con Galicia, dada la gran inmigración que llegó de esa región).
Nada más lejos del glamour que un anarco-sindicalista como Santín. Y sin embargo, la relación cuajó: ella se ocupaba de la imagen pública, pero necesitaba asesores que supieran manejar las masas obreras, y ahí entra el asturiano. Según cuenta Emilio Corbière en La Masonería II. Tradición y revolución, «Otros masones, por ejemplo, fueron Francisco G. Manrique e Isaías Santín, un sindicalista de origen asturiano, partidario de la República Española, que colaboró con Evita en la Fundación Eva Perón. Santín era amigo de otro masón de origen socialista, (José) Oriente Cavalieri, que apoyó al peronismo desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional, una fracción pro peronista escindida del viejo Partido Socialista».
En la fundación, por tanto, se asienta el asturiano. Fue una institución creada por ella con el objetivo de proporcionar asistencia social, que funcionó desde 1948 hasta 1955. Su fundadora se ocupó personalmente de muchos de sus aspectos e incluso atendía durante horas a gente que llegaba de todo el país a pedir ayuda.
Durante 1950, según cuenta Adalberto Agozino en Alternative Press Agency, «Evita desarrolla una incasable actividad al frente de la Fundación Eva Perón y de la rama femenina del peronismo. Evita se encontraba en el cenit de su popularidad y de su influencia política. Estaba rodeada por un grupo de incondicionales, como Héctor J. Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y los dirigentes de la cúpula de la CGT, José Espejo, Isaías Santín y otros. También solía frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a veces». Cuando ella muere, la dirección pasa a estar a cargo de un consejo de nueve miembros (eran cinco obreros y cuatro delegados del Estado), entre ellos Santín.
Hay una fecha importante en la actividad política de la esposa de Perón que demuestra la estrecha relación de Santín con Evita. El 17 de octubre de 1950 se inaugura la sede del sindicato CGT. Así lo narra el documento Perón y el 17 de octubre (Biblioteca del Congreso, colección dirigida por Oscar Castellucci, 2002): «Una muchedumbre, encabezada por las autoridades de la CGT, participó del izamiento de la bandera en el mástil de la Plaza de Mayo. (...) con la presencia de Perón y de Evita se inauguraría el edificio sede de la CGT (…). Poco después del mediodía comenzó a cubrirse totalmente la plaza, y la multitud esperó paciente y festivamente hasta las 17, hora en la que apareció el general en el balcón para ser ovacionado durante más de 10 minutos. (…). Después fueron entregadas las Medallas Peronistas (entre otros a los sindicalistas Florencio Soto, Isaías Santín y Armando Cabo).
El viaje a España
Volvamos atrás unos años. Cuando Eva se casa con Perón, él le doblaba casi la edad: había cumplido 50 años y ella tenía solo 27. Ella no quiere ser una mera comparsa: se ocupa de potenciar su imagen pública de una manera excesiva. De orígenes humildes, al tiempo que se presenta como defensora de los pobres, comienza a visitar las mejores casas de costura de Buenos Aires, como Paula Naletoff, Bernarda o Henriette, que crean para ella un vestuario llamativo e impactante. También tenía, al parecer, pasión por los zapatos de lujo, de los que llega a poseer cientos de pares: Perugia, Casa Miguel y McTaylor.
En 1947, Franco y Perón sellan una alianza que lleva a la pareja argentina de gira por Europa pasando por España. Eva Perón llega a Madrid y encandila a la pobre y gris capital de la posguerra con un despliegue de pieles, sombreros, joyas y vestidos de cine. Obviamente, Santín, masón y rojo furibundo, no pudo acompañarla. Pero el viaje fue un éxito. Pasearon a Evita por todos los lugares icónicos del franquismo, y su imagen se grabó para siempre en la memoria de los españoles, ávidos de la modernidad que les era tan ajena.
El declive
En agosto de 1951 le diagnostican cáncer cervical a Evita. La gravedad de la enfermedad fue ocultada al principio incluso a ella misma. Según sus biógrafos Marysa Navarro y Nicholas Fraser, el peronismo quiso mantener el hecho como un secreto de Estado. Tanto es así, que la operación de extirpación se le realizó sin que ella supiera exactamente lo que padecía.
La convalecencia es dura. En la biografía de Navarro, titulada Evita, se menciona a «Santín, al cual ella llamaba cariñosamente el gallego, Soto, De Prisco, etc., gente con la que se sentía a gusto y con la cual podía conversar de política, de asuntos gremiales, o sea de lo que a ella le interesaba».
Y sigue: «Sarita le arreglaba las manos, cada vez más descarnadas. Charlaba con sus enfermeras, a veces hasta soñaba con un posible viaje a Medio Oriente (…). Bajaba al gran hall de la residencia donde proyectaban películas -la última que vio fue Cyrano de Bergerac, e infaltablemente requería la presencia de Espejito como llamaba al secretario de la central obrera, del gallego Santín, etc.- Sus médicos (…) le prohibían recibir demasiadas visitas, pero su voluntad aún podía más y ella hacía venir a las personas que quería ver cuando quería».
De hecho, en sus últimos momentos, según la biografía de Alicia Dujovne Ortiz, Evita había manifestado: «Si a Perón el ejército no lo quiere, lo defenderá el pueblo». Y asegura que «Eva Perón citó en forma secreta a José Espejo, Isaías Santín y Florencio Soto, así como también al general Humberto Sosa Molina, comandante del ejército. En esa reunión, realizada en torno a su lecho de enferma, ordenó la compra de cinco mil pistolas automáticas y mil quinientas ametralladoras que se destinarían a la formación de milicias obreras. A la muerte de Evita, Perón distribuyó esas armas en la Gendarmería».
La princesa del pueblo murió el 26 de julio 1952, algo más de seis años después de casarse con el general. Su asistente la vistió para el velatorio con un vestido blanco de Christian Dior que convirtió en mortaja.
El 16 de septiembre de 1955 un golpe de Estado derroca a Perón y la Fundación Eva Perón fue una de las primeras víctimas. Se liquida la organización y se intenta borrar su implantación social. Ahí el rastro del asturiano se pierde, aunque ya no abandonará la Argentina.