El otro mitin en Covadonga que encendió la revolución en Asturias
Asturias
José Maria Gil Robles celebró un accidentado acto político en el santuario en septiembre de 1934 con apelaciones a la reconquista
03 Apr 2019. Actualizado a las 05:00 h.
Santiago Abascal anunció esta semana la elección de Asturias, y en concreto Covadonga, como punto de inicio de la campaña de Vox para las próximas elecciones generales, con una ofrenda floral a la virgen antes de desplazarse a Oviedo donde celebrará un mitin con sus seguidores. No es la primera vez que Abascal elige Covadonga (lo hizo en los comicios de 2015) pero pocas veces la retórica de la reconquista, las alusiones a un pasado mítico con Pelayo enfrentado al invasor moro habían tenido tanto protagonismo en una campaña de la democracia contemporánea. Incluso el líder del PP, Pablo Casado, en sus dos visitas más recientes a Asturias usó la misma metáfora de reconquista para sus declaraciones y hasta hizo una visita a la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo para contemplar la Cruz de la Victoria. Hubo, muchos años atrás, otro mitin en Covadonga, también protagonizado por una formación de ultraderecha, y en un ambiente prebélico, que fue recogido por la prensa de la época por lo virulento de su desarrollo (se celebró entre huelgas, tiroteos, sabotajes y hasta bombas) y que tuvo una enorme relevancia histórica: el mitin de José María Gil Robles, en septiembre de 1934 en Covadonga.
José María Gil Robles era el líder y fundador de la Confederación Española de Derechas Autónomas, un partido extremadamente conservador que se opuso a buena parte de las políticas emprendidas por los primeros gobiernos de la II República. De clara inspiración fascista, en los años anteriores a la Guerra Civil, sus seguidores le recibían en los mítines al grito de «¡Jefe, jefe, jefe!», imitando el «Duce» de Mussolini, antes de que Franco se convirtiera en «Caudillo» con la dictadura. En el año 1933 obtuvo una victoria precaria en los comicios que le impidió formar gobierno y apoyó, en principio sin entrar en él, al gabinete del partido radical de Alejandro Lerroux. Fue el tiempo denominado «bienio negro» en el que en muchas partes de España, y singularmente en Asturias, se vivía un ambiente prerrevolucionario con los partidos y sindicatos de izquierda exaltados ante lo que consideraban medidas de «corrección de la república» desarrolladas por el Ejecutivo y un contexto internacional de grave crisis económica y auge de partidos extremistas en Italia y la Alemania nazi.
Cuando se anunció que se celebraría el mitin de Gil Robles en Covadonga, el 9 de septiembre de 1934, en Asturias se declaró una huelga general que se notó con especial intensidad en Oviedo y Gijón además de las cuencas mineras. El trayecto del dirigente de la CEDA no pudo ser más accidentado. Según recogió la prensa de la época y que se pudo ilustrar con las fotografías tomadas por José María Mendoza Ussía; afiliados socialistas y anarquistas sembraron de tachuelas la carretera hasta el santuario para tratar de que pincharan las ruedas de Gil Robles. El líder de la CEDA esquivó el sabotaje atando dos escobas a los lados del frente del vehículo para desplazar las puntas. Todavía hoy se ponen a la venta alguno de estos elementos como objeto de coleccionista.
El diario Ahora, de Madrid, recogía en su edición que los huelguistas asturianos habían intentado detener los trenes en las estaciones de Laviana y de Sotrondio, que un ferrocarril fue tiroteado y que también hubo disparos a la altura de Mieres, cuando un coche en el que viajaba el diputado de Acción Popular, Bernardo Aza, se lanzó contra unos huelguistas que intentaron detener el vehículo. El ABC del 11 de septiembre de ese año daba cuenta de los «sabotages» que se habían producido: desde postes derribados sobre la carretera en Colloto, a cortes de líneas telefónicas, la voladura de la vía del tren a la altura de Ujo en una extensión de un kilómetro «mediante cartuchos de dinamita» en «cinco puntos» de la línea férrea y cargas a caballo de la Guardia Civil.
Otras fuentes hablan de que una veintena de autobuses contratados por los seguidores de Gil Robles no se presentaron por la huelga de conductores y hasta el derribo de un muro para cortar la carretera en las cercanías de Oviedo. Finalmente el mitin se celebró con una gran asistencia de público y entre los oradores se encontraba José María Fernández Ladreda, dirigente asturiano de Acción Popular, abuelo del concejal del PP de Oviedo en la actualidad Fernando Fernández Ladrea; y que en aquel septiembre del 34 se dirigió a las juventudes del partido para que tomaran ejemplo de Covadonga «para que sigan su camino en pro de la Fe, del patriotismo y del valor».
Fue también en ese mitin de Covadonga donde Gil Robles declaró que «vamos a exaltar el sentimiento nacional con locura, con paroxismo, con lo que sea: prefiero un pueblo de locos a un pueblo de miserables». Un año antes, en octubre de 1933, el dirigente de la CEDA había dicho en un acto celebrado en el teatro Monumental de Madrid otra de las frases que auguraban la guerra: «Hay que ir a un Estado nuevo, y para ello se imponen deberes y sacrificios. ¡Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre! (...) Para realizar este ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento el Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer».
Después del mitin de Covadonga, Gil Robles entró en el gobierno de Lerroux, con tres ministros de la CEDA, fue la espoleta para se iniciara la revolución de octubre que sólo llegó a triunfar en Asturias con quince días de insurrección, alrededor de un millar de muertos, una grave destrucción de la capital del Principado y también la que sería la última gran revuelta proletaria de Europa, mito en la misma Guerra Civil.