El socialista que reinventó una ciudad
Asturias
Vicente Álvarez Areces fue 12 años presidente del Principado y ostentó otros cargos a lo largo de su hiperactiva trayectoria, pero fue sobre todo el alcalde que cambió el tono vital al Gijón acogotado por las reconversiones
17 Jan 2019. Actualizado a las 10:21 h.
La personalidad desbordante, la hiperactividad y la pasión política de Vicente Álvarez Areces (Gijón, 4 de agosto de 1943-17 de enero de 2019) le llevaron a ser muchas cosas en los intensos 75 años de su vida: militante comunista temprano, perito eléctrico y matemático, docente y cargo educativo y el mayor activo político del socialismo asturiano en los últimos treinta años. Pero Tini Areces será recordado sobre todo como alcalde. La encarnación misma de la idea de alcalde: el hombre que, más que gobernar Gijón cambió en tres mandatos la autopercepción y el tono vital de la ciudad deprimida y acosada por las reconversiones cuya alcaldía asumió en 1987. Fueron 12 años en los que el voluminoso pero imparable cuerpo de Areces se conectó a la ciudad y consiguió transfundirle no poco de su vitalidad; los mismos años que inmediatamente después permanecería en la presidencia del Principado, desde 1999 hasta 2011. Durante ese largo periodo, vino a ser la personificación en Asturias de los años triunfales del PSOE, con las luces y las sombras de esa etapa.
Areces fue gijonés en todo, incluida su primera formación profesional en Industriales, donde cursó su primer título el hijo de guardia civil criado en las calles del muy playu barrio de La Arena durante los años más crudos de la posguerra. Después de ejercer brevemente la docencia en el mismo centro, inició sus estudios de Matemáticas: un año en Oviedo y el resto en Santiago de Compostela, una ciudad crucial en la formación profesional, sentimental y política del joven estudiante, que intensificó en ella la militancia en el PCE que había iniciado en 1962. La actividad clandestina en la facultad le llevó a conocer detenciones, comisarías y multas después de participar en el agitado 68 de la universidad compostelana.
El joven Areces, que había llegado a ocupar cargo en el Comité Central, fue no obstante distanciándose ideológica y orgánicamente de la ortodoxia comunista en una deriva que se aceleró en el contexto de la Transición y que acabó con la salida del PCE tras la agitada Conferencia de Perlora de 1978 y el definitivo acercamiento al PSOE. Entretanto, el matemático accedía a la docencia en dos de los institutos emblemáticos de Gijón -el Jimena y el Jovellanos- y asumía sus primeras responsabilidades como cargo político: Director Provincial del Ministerio de Educación y Ciencia bajo el recién llegado gobierno de Felipe González en 1983 y dos años después, jefe de Servicio de Inspección y subdirector general con el ministro Maravall
Pero el gran salto y la revelación plena de la potencia política de Areces se produciría en 1987, cuando releva a José Manuel Palacio en la alcaldía después de ser elegido candidato en otra controvertida asamblea celebrada en la Universidad Laboral. Cuando Areces pone el pie en la alcaldía de la ciudad, Gijón es una ciudad acogotada por las reconversiones y la conflictividad social, todavía desestructurada en su urbanismo y sus infraestructuras y falta de servicios básicos. El nuevo equipo se pone manos a la obra en un largo periodo en el que Areces fue el tipo de gobernante expansivo y omnipresente que trabajó en dos frentes: uno, canalizando los recursos estatales en un periodo de 'vacas gordas' y sus excelentes relaciones con Madrid hacia las infraestructuras locales -con hitos como la recuperación de la fachada litoral en San Lorenzo y en Poniente, la ordenación urbanística y el crecimiento de la ciudad en barriadas como El Llano, la dotación de servicios en una ciudad plurinuclear- y la reordenación, siquiera parcial, del proyecto económico de Gijón, que empezó a persuadirse a sí misma de que era una ciudad donde era posible dejar de pensar exclusivamente en primario para empezar a pensar en terciario.
Pero quizá el logro más sutil de Areces fue el de cambiar el tono vital de la ciudad, -al menos de la parte de la ciudad que le dio tres mandatos, uno de ellos con mayoría absoluta- a base de reinventar el relato de Gijón, un ciudad que empezó a gustarse. Fueron los años de los grandes conciertos, de la apoteosis Rolling Stone, de la explosión del Gijón Sound y el Festival de Cine, del rescate arqueológico que daba pedigrí histórico a la villa y, coronándolo todo ello, el Elogio del Horizonte de Chillida en el cerro de Santa Catalina: un emblema de la ciudad, pero también de la contestación y el rechazo que también concitó su figura, con aquel inolvidable sopapo propinado el día de la inauguración, en 1990, por un vecino en desacuerdo con lo que muchos consideraban un despilfarro en un Gijón aún muy malherido por los dolorosos ochenta asturianos. Es el tiempo en el que se acuña la imagen popular de un Tini que está en todas partes, que habla con todo el mundo como si no existiesen los puntos finales, que lanza proyectos con la misma fruición con que devora aquí y allá pinchos de tortilla -su otra pasión declarada, junto a la política- y que, para bien o para mal, personifica la versión local del socialismo rampante.
Con Gijón encarrilado y la inercia tinista operando, Areces dejó la ciudad en manos de una sucesora refrendada por mayoría absoluta, Paz Fernández Felgueroso, y entra en la mucho más compleja órbita autonómica: serían otros 12 años al frente del Principado después del paréntesis conservador de Sergio Marqués. El carisma de alcalde no resultó trasladable sin más al de presidente, y la mayoría absouta que le recibió se iría aminorando en los dos mandatos que seguirían. En la erosión tendría no poco que ver la intensa fricción del socialista de fuerte cuño renovador con el poder del SOMA en los años también imperiales de José Ángel Fernández Villa.
Fueron años para completar y consolidar transferencias de competencias al Principado y de proyectos de gran envergadura que no consiguieron frenan las grandes dolencias de fondo en Asturias: la industrial, la minera, la demográfica… Areces siguió pensando, no obstante, a lo grande, como era su hábito y casi se diría que su compulsión, con las últimas grandes infraestructuras y equipamientos en el horizonte, no siempre logrados o rentabilizados: desde el Centro Niemeyer al complejo de la Laboral, desde la Zalia al proyecto de convertir El Musel en polo energético. De nuevo emblemas que para sus detractores, lo son no solo de una propensión al faraonismo sino, en las críticas más extremas lo han sido también de un ejercicio turbio de la politica, con acusaciones tan graves como las que se han vertido en torno a la ampliación de El Musel o la gestión del Niemeyer.
Tras la retirada como presidente, resta la etapa de Vicente Álvarez Areces como senador, con el momento álgido como portavoz del Senado: una etapa, no obstante, en la que la actividad y la presencia orgánica del carismático exalcalde y expresidente se va atenuando en Asturias y que se ha apagado bruscamente el mismo día en el que se disponía a hacer 'gira' con Adriana Lastra para predicar los Presupuestos de Pedro Sánchez por Asturias. Se le echará de menos en sus tertulias del café Dindurra, donde hoy por hoy pasaba más tiempo y tenía más predicamento que en el interior de un partido que, en no poca medida, se ha esforzado en distanciarse orgánicamente en los últimos dos años, si no de Areces en persona, sí de una parte de lo que Areces simbolizaba como época del socialismo asturiano. Hoy tocará recordarlo como un coloso. Y sin duda, lo mismo sucederá con su legado: el mejor argumento de campaña en los meses preelectorales que se acercan.