López Otín: «Existe una subespecie muy tóxica de la que hay que defenderse: el virus sapiens»
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El prestigioso bioquímico publica el ensayo «El sueño del tiempo», la segunda obra de una trilogía sobre la vulnerabilidad humana
15 Nov 2020. Actualizado a las 05:00 h.
El investigador Carlos López Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) es uno de los más prestigiosos del mundo en el campo de la bioquímica y la biología molecular. Trabaja en la Universidad de Oviedo y es reconocido por su investigación de enfermedades hereditarias, entre otras muchas. Ahora acaba de publicar junto a Guido Kroemer el segundo libro de una trilogía, El sueño del tiempo (Ed. Paidós), un ensayo sobre las claves del envejecimiento y la longevidad.
¿Cómo surge la idea de escribir El sueño del tiempo, y por qué con Guido Kroemer?
Esta pregunta me la hacen poco y sin embargo es muy importante para mí. Este libro es la segunda parte de una trilogía centrada en la vulnerabilidad humana. Se trata de una reflexión sobre esto en un tiempo en que parecía que el ser humano había logrado dominar todas las fuerzas de la naturaleza gracias a la evolución cultural y tecnológica. El primero se centró en lo que descubrí que era, para mí, la vulnerabilidad más profunda que podemos tener: las emociones. Nos hacen sentir, son fundamentales para vida. No se puede concebir una vida sin ellas, nos ayudan a superar las vulnerabilidades, pero al mismo tiempo nos pueden llevar al abismo más profundo.
El segundo, que es El sueño del tiempo, trata sobre algo que nos hace física e irreversiblemente vulnerables, que es el paso del tiempo. El tercero, que ya está escrito (y aún no publicado) es sobre enfermedades que nos hacen sentir más la vulnerabilidad más que la propia enfermedad.
El sueño del tiempo lo escribí en París, cuando hace algo menos de dos años estuve viviendo allí y trabajando en el laboratorio de Guido Kroemer, en la Universidad de la Sorbona. Le dije a Guido que en mi tiempo libre iba a escribir un libro, y le pareció mal…
¿No le gustó la idea?
No, porque decía que eso no es la «ciencia profunda» que debemos practicar. Al final, leyó el primer libro y aquello le pareció más interesante de lo que había pensado. Más allá de las contribuciones concretas, él es coautor porque forma parte de mi terapia emocional; me hace mucho bien conversar con él de vez en cuanto. Guido es una de las tres personas más inteligentes que he conocido en mi vida, y hablar con él es poner encima de la mesa un mundo de pensamientos, de ideas, de reflexiones concretas sobre la manera en que podemos progresar científicamente en problemas todavía inabordables, o cuya solución parece imposible, o muy lejana. Es una de las poquísimas personas en el mundo que me demuestra que todavía es posible, simplemente, hablar sin tener que usar ningún otro artificio, por eso figura como coautor en este libro.
El libro tiene, pues, un carácter muy simbólico.
Sí, claro. Incluso en su estructura. Este libro y los otros dos tienen 14 capítulos, esto es muy simbólico, y me explico: Venimos al mundo con aproximadamente con un tiempo máximo de unos 120 años, con 3.000 millones de nucleóticos, piezas químicas en cada una de nuestras células; 100.000 millones de neuronas que son las que nos posibilitan pensar, sentir, vivir; y 3.000 millones de latidos que tenemos que gastar en nuestro tiempo de vida. Pero, sobre todo, debemos poner todos estos números en juego para intentar llegar al máximo de días de felicidad concedidos teóricamente a la especie humana, que son 14. Esto lo apreció Abderramán III y, en agradecimiento a alguien que supo apreciar ese hecho, todos mis libros de esta trilogía tienen 14 capítulos. Él se consideró el más feliz del mundo, porque había tenido acceso a todo. Fue un hombre muy culto, abogado, poeta, músico… y su diario acaba diciendo: «Y fui feliz. 14 días, aunque no seguidos».
Solo 14 días de felicidad. Parece muy poco para toda un vida…
Bueno, a mí esto me hizo reflexionar muchísimo en el primer libro, porque eso quiere decir que la felicidad profunda y extrema es muy, muy difícil de encontrar. Luego, hay que buscar una alternativa, buscar otra manera de interaccionar con el tiempo. Porque si no, huye, se escapa.
Es decir, que el libro contiene un mensaje que es...
Sí, el mensaje es un elogio del tiempo que acaba siendo un elogio de la vida, y en los 14 capítulos se va discutiendo cómo interpretar, entender, ordenar, medir el tiempo desde la física y a lo largo de la historia. Pero, después, nos damos cuenta de que la física y la filosofía nos dicen que, sí, podemos medir u ordenar el tiempo, pero en realidad es una construcción mental, porque solo tiene sentido el presente. Ni ir hacia el ayer, ni buscar el mañana lo tienen.Técnicamente, el tiempo es un sueño, porque solo podemos vivir en el presente. Como decía Lorca, «El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero», una definición buenísima. Una vez reflexionado sobre esto y después de realizar un viaje en el tiempo, nos planteamos si merece la pena cambiar nuestro diálogo con el tiempo y empezar por perderlo para ganarlo, disfrutarlo, soñarlo, vivirlo, aceptar que hay que sufrirlo ?y entonces hablamos de las enfermedades del tiempo, que son muchas-, u olvidarlo. Otros, incluso, han tratado de asesinarlo, oponerse a él y finalmente, puesto todo esto sobre la mesa, llega la segunda parte del libro: ¿Realmente, con el conocimiento biológico y físico actual, la especie humana puede llegar a controlar y dominar el tiempo? Y esto nos lleva a discutir sobre el envejecimiento, la longevidad, los elixires de la juventud y, más importantes, los tóxicos de la longevidad. Este es el esquema global del libro
Y usted le ha puesto, incluso, una banda sonora.
Este libro no es una novela, es un ensayo. Pero para mí puede ser igual de entretenido. Y quise que se pudiera ir leyendo a medida que vas escuchando música, que es muy diversa. Cada capítulo va acompañado por una o dos piezas musicales. Empieza con la Música de las esferas de Mike Oldfield y sigue con La Leyenda del tiempo de Camarón, y pasa a Across the Universe cuando se habla del universo o el canon de Pachelbel o Clocks de Coldplay y acaba de una manera que para mí es muy poderosa, con una pieza de Bach en el epílogo que, mientras la escuchas, reflexionas sobre las dos últimas páginas y las cinco líneas que resumen el libro.
Hace también referencia al cine.
Sí, incluyo una cartelera que empieza ni más ni menos que con Interstellar y con Tennet; el libro ya estaba en la imprenta cuando vi esta última e inmediatamente tuve que incluirla y citar dos párrafos en el libro. Fue muy bonito para mí, porque son dos películas que resumen muy bien la posición de la física teórica sobre los viajes en el tiempo.
Hablando de cine, en una película sobre una pandemia (Guerra mundial Z), el personaje de Brad Pitt dice que «la naturaleza es una asesina en serie, nadie la supera y es la más creativa. Pero, como todo asesino en serie, siente el irrefrenable deseo de que la atrapen». ¿Vencemos a la enfermedad, pero al mismo tiempo luchamos con la naturaleza?
Es muy reflexiva esa frase, muy interesante.Yo incluyo otra película de ese actor, Benjamin Button, que dice algo parecido. Es fundamental para la trama del libro; trata de cómo debe ser nuestra relación con el mundo y con la naturaleza. Efectivamente, una de las claves de los tóxicos de la longevidad es la intoxicación crónica, que tiene distintos niveles: Uno es la ambiental, el no respeto a las leyes de la naturaleza, el pensar que estamos en el antropoceno en el que nos hemos convertido en los dominadores del planeta.Y no es verdad, ya lo hemos visto ahora y lo llevamos viendo mucho tiempo. Esa es la crónica; la polución, la destrucción del medioambiente, pero también la más cercana; el tabaco, el alcohol…, todo eso ya lo sabemos, cada uno ya sabe cómo tiene que dialogar con su ambiente cercano. Pero también están los tóxicos humanos, ese virus sapiens que es muy tóxico: la toxicidad laboral, tan frecuente; la educacional…, una estrategia de longevidad no es tomar elixires milagrosos. En el capítulo 14 añado unas cincuenta o sesenta estrategias de elixires del tiempo: La sonrisa humana de un centauro, el cuerno de un unicornio azul, las plumas de un ave del paraíso. Muchos pensarán que esto tiene una lectura de elementos clásicos, pero no, la mayoría son la imaginación.
¿Y su propio elixir de la longevidad?
Por ejemplo, una pepita dorada del río Aurín, que fue el primero en el que me bañé, uno de los tres o cuatro que pasan por mi pueblo. Es una referencia muy personal a que una fórmula de elixir de juventud es recordar las buenas cosas del pasado. Otra es tomarse una sopa de akkermansia muciniphila, que es una bacteria prolongevidad cuyos efectos hemos descubierto aquí en el laboratorio.
Cuando habla de la toxicidad del virus sapiens, ¿es una referencia sartriana a que el infierno son los otros, o más general, sobre los males generados por la humanidad?
Son distintas escalas de lo mismo. Es bastante incomprensible dado el éxito evolutivo que supone haber recorrido 3.500 millones de años para conseguir una especie capaz de pensar, vivir, conocer, sentir, ayudar a otros, desarrollar estrategias que ninguna otra especie puede; la evolución cultural y tecnológica es masiva e impresionante, es muchísimo más profunda que la biológica. Es horizontal, mientras que la biológica sigue una pauta vertical. Y aún así, esta especie sigue cometiendo los mismos errores que enseñan el peor lado del sapiens, por eso digo que una subespecie que es el virus sapiens. Hay que estar con la mente abierta para saber que el mundo es tóxico, pero tenemos muchas formas de evitar la toxicidad. Y todo ello nos ayuda a una mayor longevidad.
Usted, que es cinéfilo, habrá visto Blade Runner.
Claro, es una de mis películas favoritas. Es magnífica.
La inmortalidad ya está aquí, no hace falta ir a Orión para ver cosas que nunca imaginarías
Bien, se lo comento porque parece venir muy al caso (por cierto, la película ha cumplido casi 40 años y transcurre en el año 2019). El coprotagonista, Roy Batty, tiene su tiempo muy contado y se rebela contra su creador, quiere ser inmortal…
Sí, el año pasado pensé mucho sobre esto, porque parecía un mundo muy lejano y ya está aquí, la inmortalidad no es ciencia ficción. Yo siempre digo a mis estudiantes que no hace falta ir más allá de Orion para ver cosas que no creerías, simplemente hay que venir a un laboratorio de biología molecular avanzada y puedes vivir esas cosas. Por ejemplo, sobre la película de Benjamin Button en cuanto al envejecimiento inverso, de hecho, los dos argumentos de la parte biológica del libro que nos obligan a reconsiderar nuestra relación con el tiempo son: Uno, la existencia de organismos, de seres inmortales entre nosotros sin darse ninguna importancia. Nosotros lo sabemos y estudiamos sus genomas. Hay dos modelos de inmortalidad biológica de interés conceptual son las hidras vulgares y las medusas. Estas últimas no son tan elementales, tienen una vida compleja. Estas dos son técnicamente inmortales.
Es decir, que si no enferman o nadie se las come, pueden vivir eternamente.
Exacto, así es. Sí, porque se están reciclando continuamente. Las medusas oscilan entre un estadio de pólipo y uno de medusa y las hidras son un saco de células progenitoras que continuamente se están renovando.
Hay dos modelos de inmortalidad biológica real: las hidras vulgares y las medusas
¿Y el rejuvenecimiento?
El segundo gran concepto que reta todos los dogmas biológicos ?el tiempo por definición es irreversible biológicamente-, es el que descubrió un investigador japonés, hace unos diez años, cuando hizo un experimento que consiguió volver atrás en el tiempo, reprogramar las células con cuatro factores de transcripción, cuatro proteínas. Yo puedo reprogramar mis células, lo hemos hecho. Tomo mis células nacidas hace 62 años y con estos cuatro factores, en una semana, las volvemos a un estado embrionario de cuando yo nací, en un pueblo del Pirineo Aragonés, en medio de un temporal de nieve de diciembre. Es Benjamin Button en un laboratorio. Si alguna vez me encuentro a Brad Pitt, le preguntaré si él sabe que ha estado interpretando la reprogramación celular.
A lo mejor Brad Pitt sí lo sabe, y estaría de acuerdo.
¿Por qué no? He tenido la suerte de conocer a personas famosas, muy reconocidas, y puedo decir que aquel que tiene éxito, incluso en algo que no parece muy profundo, suelen ser personas muy especiales y muy inteligentes. Incluso en cosas que injustamente se banalizan, como el fútbol o el cine. Pero llegar lejos con cualquier dimensión, requiere talentos muy especiales. La persona, como por ejemplo Rafa Nadal, va muchísimo más allá del personaje. Cualquier don es excepcional, pero solo tiene sentido si se comparte; deberían enseñarnos eso en la escuela, como hacen en Estados Unidos: hablar en público, defender una idea. Y enseñar es muy importante.
Yo puedo reprogramar mis células nacidas hace 62 años y, en una semana, volverlas al estado embrionario de cuando nací
¿Aún le queda tiempo para la docencia?
Disfruto mucho de la docencia, y se lo digo a mis alumnos: Si no impartiera esas tres o cuatro horas de clase, no sobreviviría. Esas tres o cuatro horas hablando sin parar y con la participación de los alumnos me hacen disfrutar mucho.
Volvamos a esos conceptos tan interesantes, la inmortalidad de algunas especies y la reprogramación celular. Las dos preguntas obvias son: ¿Tiene esto aplicación para los seres humanos? Y, como en la canción de Queen, ¿quién quiere vivir para siempre?
(Se ríe). Sí, en cuanto a la primera, claro que hay posibilidades. Tanto es así que Shinya Yamanaka ya ganó el premio Nobel, es uno de los más rápidos de la historia, desde el momento en que se hace una observación hasta que se recibe el premio. En relación con la segunda pregunta, otra cosa es que se malinterpreta el concepto, especialmente por parte de aquellos que sí quieren vivir eternamente.
El objetivo no es hacernos inmortales, o reprogramarnos para repetir el ciclo; el objetivo es curar enfermedades
En primer lugar, la reprogramación celular funciona en el mundo celular y el objetivo no es hacernos inmortales, o reprogramarnos para repetir el ciclo; el objetivo es curar enfermedades o crear modelos que nos permitan ensayar fármacos nuevos que logren parar ese proceso. Por ejemplo, en cuanto al envejecimiento prematuro, nosotros tomamos células de los niños que padecen esa enfermedad, las devolvemos atrás en el tiempo, digamos, a un tiempo cero embrionario en el que todavía no han manifestado ningún defecto. Entonces, dejamos que crezcan y progresen, tenemos una hipótesis de cómo podría parar ese proceso en una ruta bioquímica y lo ensayamos sobre las células. Puede que funcione, puede que no.
¿Hay ensayos existosos en este sentido?
Algunos de estas pruebas, complementadas con otros estudios, han permitido algo tan excepcional ?que ya da sentido a mi vida- como que un niño que fue mi paciente, después discípulo y ahora maestro es un chico italiano que padece una de estas enfermedades. Su esperanza de vida era de doce años y medio. Ha ido probando voluntariamente las distintas estrategias que se han ido desarrollando en nuestro laboratorio y en otros para entender la enfermedad, incluyendo estrategias de reprogramación celular o de edición génica ?que todavía no se han implementado y a las que él mismo ha contribuido-. Estudió biología, fue el primero en hacerlo, y hoy ha cumplido 25 años y ha estado trabajando en nuestro laboratorio. Es decir, qué sí.
En cuanto a vivir para siempre, sí, sobre todo los más ricos que aún son jóvenes dedican mucho dinero y esfuerzo. Las mayores inversiones en la longevidad son empresas como Calico o Human Longevity y se deben a millonarios que quisieran vivir mucho o muchísimo o todo lo que se pueda.
¿Y usted no quiere vivir para siempre?
Yo no pienso así. En el libro vuelvo la mirada a los clásicos. Hay tres tipos de tiempo que a mí me gusta considerar. Yo no tengo reloj, siempre digo que antes no teníamos reloj y teníamos tiempo. Hay demasiados relojes para tan poco tiempo. Dispongo de bastante tiempo porque lo vivo extensamente. He caído en tristezas y melancolías, pero no en estrés, nunca. Luego está el tiempo circular, en el que somos eslabones y, por último, el tiempo de la oportunidad. Ese es mi favorito. Vivo cada día, aunque esté triste por lo que sea, sigo pensando que cada día puede ser una oportunidad para sentir algo nuevo, o para ayudar a alguien: el altruismo es una gran receta de longevidad.
Mi padre decía que uno se da cuenta de que ha envejecido cuando piensa más en el pasado que en el futuro. ¿Piensa mucho en el pasado?
Siempre he vivido en el futuro, porque mi pasado fue muy feliz y muy tranquilo y el futuro lo advertía como mi obligación profesional. Mi trabajo era pensar en el futuro, cinco años por delante. Porque si no, era imposible desde Asturias competir en el nivel científico más elevado posible. Teníamos que imaginar cómo iba a a ser el mundo dentro de cinco años, qué tecnología iba a haber, e implementarla aquí o incluso desarrollarla. Eso es lo que nos hizo progresar. Mi mirada ha estado siempre dirigida al futuro. Como decía Kierkegaard, la vida es hacia el futuro, pero solo se entiende mirando al pasado.
La emoción de descubrir es tal vez la sensación más profunda que puede experimentar un ser humano
Tengo un hijo y una hija de 11 y 15 años. Deme para ellos un consejo, si decidieran hacerse biólogos, o al menos científicos.
Ninguno de mis hijos, chico y chica, se dedicaron a la investigación. Vieron muy de cerca el lado oscuro de este trabajo. Pese a ello, a mis estudiantes les sigo contando algo que aprendí de Severo Ochoa hace muchos años: la emoción de descubrir es tal vez la sensación más profunda que puede experimentar un ser humano. Si entiendes esto, puedes pensar en ser científico, pero necesitas algunos ingredientes más, la curiosidad es esencial, después, calibrar tu talento. Te puede atraer algo para lo que no estas preparado, y no es una cuestion de tener buenas notas o poseer un expediente académico sobrecogedor. Entre mis más brillantes discípulos, algunos sacaron malas notas durante sus estudios, pero su talento y su curiosidad pesaron mucho más. Finalmente, una consideración muy personal, y no compartida por muchos cientificos, es que la ciencia y la investigación solo encuentran su verdadera dimensión cuando tienen una proyección social.
Mi hijo estudió medicina y, cuando estaba haciendo la residencia en Psiquiatría, lo dejó para trabajar como guía de expediciones por el mundo, como freelance. Y creo que hizo lo que quería, lo que tenía que hacer. Para mí es un referente total. Ocurrió que durante la pandemia se quedó sin trabajo y por fin, hace poco volvió a viajar. Hoy me ha escrito desde el Kilimanjaro y me dice solo: «Aquí no saben qué es eso del covid». Y debajo añade: «Nunca han visto a nadie con mascarilla», nada más. Fui mi kairós de esta mañana.